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sábado, 8 de enero de 2011

RÉQUIEM POR LOS MILES

“no mamen!!!!!!!!!!! que Jack el destripador ni que la chingada estos güeyes estan mas locos, pinches enfermos, bestias, ya no se sabe ni como llamarles como pueden tener la sangre tan fria de hacer estas pendejadas, como pueden comer o dormir despues de hacer esta clase de atrocidades? que horror!!!!!!!!!! “(sic)
Escrito por un joven internauta sensible a las cosas de su tiempo.
Puede parecer extraño que intercale esta entrada entre otras que tratan de temas mucho más gratos y amables al espíritu. Pero como me considero un intento de humanista, siento como un deber moral el llevar mi mirada hacia estas cosas, tratando de asignarles el sitio que deben ocupar, del modo más desprejuiciado posible. Mi valor y mi decisión se fortalecen al recordar ahora el ilustre ejemplo de un excelso Desterrado, a quien le tocó vivir en una época acaso tanto o más bárbara y atroz que la nuestra; quien, aunque fue el poeta por antonomasia, capaz de dialogar con las inteligencias del Empíreo, no temió descender a las profundidades más lóbregas del Tártaro, cuando quiso que su Verbo divino nos aleccionase acerca de las humanas locuras y descarríos.
Los anales de la historia nacional contemporánea comienzan, coincidentemente a partir de la declaratoria de guerra calderoniana, a hablar más y más acerca del Narco. En todos los medios de comunicación y redes sociales se ha incrementado a la fecha, en proporción verdaderamente geométrica, la frecuencia de aparición de notas relacionadas con este problema y sus hechos truculentos. Ya no son sólo las crónicas escandalosas para rellenar la nota roja, casos aislados para satisfacción de nuestro morbo étnico en folletines estilo “Alarma”; sino que  saltan ya a la primera plana de todos los diarios, revistas y gacetas (esto donde la censura de ese poder siniestro no ha impuesto el veto de publicación). El Mal parece haberse instalado, mal que nos pese, en la vida mexicana y sus principales instrumentos comunicativos.
Y cuando hablo de “Mal” no pienso precisamente en una metáfora, sino que comienzo ya seriamente a cuestionarme acerca de su existencia fáctica. Sí, porque lo que no han conseguido juntos en años la Biblia y sus secuaces católicos, protestantes y anexos, lo ha logrado taumatúrgicamente el poder de la mafia: hacerme creer en la personalidad del Maligno. Suena a risa, pero mientras escribo esto ya me ha recorrido un estremecimiento la médula. Pareciera que una Inteligencia oscura, ubicua y omnisciente, que vela de noche y de día en todo momento, nos acecha desde un reducto oscuro, pendiendo sobre todos nosotros, inocentes o no, lista para hacernos saborear en cualquier momento su perversidad y  sus alcances. Es un ente espantoso que ora puede estar en un bar fronterizo fusilando a diestra y siniestra a los parroquianos; ora cercenando cabezas de niños, mutilando sus genitales y desollando la piel de sus caras; ora recreando el paso de los conductores con cuerpos que acaba de colgar en los puentes viales; ora corrompiendo a las autoridades de todos los órdenes y niveles: políticas, policiacas… e incluso eclesiásticas, obligándolas a “alinearse” con él, por la buena… o por las malas. Para él Derechos Humanos y sus activistas sólo son molestas cucarachas que hay que despachurrar en cuanto asomen y amenacen con tener alguna voz; y las condenas, por más “enérgicas” que resulten, sólo ruidos molestos que hay que acallar a la primera oportunidad. Este engendro parece ser el abominable cefalópodo de las profundidades cósmicas que se invocaba en las obras de Lovecraft, pues aunque no lo vemos podemos sentirlo perfectamente hoy: de dimensiones prodigiosas, su olor nauseabundo ya nos llega a las narices, sus innumerables tentáculos (que ya se extienden según se sabe incluso hasta Afganistán) parecen agitarse ya a unos cuantos centímetros de nosotros. Dios, si existe, se apiade de nosotros.

Más de 30,000 (documentados) y los miles que seguramente se agregarán este año. Algunos no han tenido siquiera vela en el entierro (en unos casos literalmente porque deben yacer  a la espera de su piadosa exhumación de una de tantas “narcofosas” ignotas que abundan en el país); no pocos, apenas unos pequeñines que fueron seducidos por el oro o intimidados y empujados a ello bajo horribles amenazas. Ahora de buena gana maldijera al enanito calvo que inició todo esto, sino fuese porque en su momento le otorgué el beneficio de la duda y un voto de confianza, y deseo ser congruente ahora con todo ello; además, no podemos endilgarle la culpa de una situación que, si uno se detiene paciente y objetivamente a analizar, no ha sido precisamente causada por el desafío del Estado.
A todos los que se han ido como consecuencia de estos hechos, Lux Aeterna.

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