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domingo, 16 de enero de 2011

El Escritor de la Semana: Ovidio


Supongamos que la Historia tuviera, como se ha pretendido, un rostro y una conciencia. Digamos que un día  la encontramos de buenas y dispuesta a responder a cualquier cosa; entonces le preguntamos: "¿has visto alguna vez a los hombres dichosos, contentos con sus gobernantes y sometidos de grado al yugo de la ley, en paz y sin altercados prosperando y sin los bolsillos tísicos?" Como este ente es femenino y sensible y es dada un poco a las idealizaciones, quizás la veríamos con la mirada ausente por unos segundos; luego contestaría tras de un hondo suspiro : "sí, fue en la península itálica, en Roma, bajo el reinado del gran Augusto, la época dorada de  aquel país"... Y nosotros no podríamos por menos de estar de acuerdo con ella...aunque parcialmente.


Ya que fue bajo el régimen del sobrino del infortunado César que la gran Bota alcanzó lo que anhlera desde hacía tanto tiempo: el fin de las luchas intestinas, el orden, la paz, y el progreso en todos los órdenes políticos y culturales, con el gobierno de un sólo hombre hábil y capaz de llevar adelante la nave del Estado, del Imperio más grande y formidable de todos los tiempos. Fue en esta época gloriosa de la Humanidad que las letras romanas alcanzaron su apogeo, con los clásicos eternos como Virgilio, Horacio y Ovidio. Desde este último nos ocuparemos hoy en esta entrada.

Su nombre completo era Publio Ovidio, apodado Nasón (seguramente porque era demasiado chato). Algún poeta inglés isabelino llegó a decir que el "alma ingeniosa de Ovidio" vivía en el dulce y  alado  Shakespeare, y le asistía razón, porque este grandísimo escritor latino, lo mismo que el Cisne de Avon,  tuvo una agudeza e inventiva como pocos creadores han poseido. Nació en Sulmona, provincia cercana a Roma, y provenía de una ilustre y antigua familia. En sus primeros años le fue proporcionada una cuidadosa educación, sobre todo en Retórica, a fin de que aspirase algún día a una carrera política de importancia. Pero el buen Narigón no se sintió para nada atraido por la aspiración a los honores sino más bien por las musas poéticas, que ya coqueteaban con él desde una edad temprana... y también por las de carne y hueso, pues en su juventud tuvo infinidad de amores y amantes.

Nunca lograría  satisfacer el anhelo paterno: en vida sólo alcanzó un cargo de poca monta; en cambio sí se forjó  una enorme reputación literaria en Roma. Esto sería a la postre la causa aparente  de su desgracia, más que de sus alegrías. Parece ser que la sociedad de Augusto no estaba exenta del vicio nefando de otros grandes pueblos: la mojigatería. Las obras de Ovidio, como el Ars Amatoria,  eran de una enorme vitalidad, y como contenían dichos y sentencias de gran libertad, los bienpensantes se escandalizaron grandemente. Así el Emperador decidió deshacerse del poeta mandándolo a un irrevocable destierro en Tomis (hoy Rumania). Ahí viviría hasta el fin de sus días sumido en una negra melancolía. Se unió de ese modo al cortejo de los grandes espíritus que han tenido que abandonar su patria por haberse atrevido a llamar a las cosas humanas por sus nombres reales y no por imposturas. La conclusión obligada es que nada es perfecto en este mundo.

La obra más grande de Ovidio son "Las Metamorfosis", ambiciosísimo poema en el que describe en versos excelsos la historia de todas las transformaciones, explicando los remotos orígenes del mundo en las tinieblas del Caos, y llegando hasta los hechos y hombres contemporáneos a él. Es una enciclopedia de toda la mitología de la cultura grecolatina,  que fijó su canon definitivo en el mundo occidental y tuvo una influencia incalculable en escritores y pensadores posteriores. También debemos destacar el Arte de Amar, bellísimo poema en que exhorta a los jóvenes a entregarse libremente y sin prejuicios a los placeres de Venus, bajo una guía inteligente que él mismo pretende ofrecer para conquistar de forma definitiva al objeto de amor; "Los Amores", mordacísimos epigramas que adquieren diversos registros según el estado anímico, dirigidos casi todos a una amante quizás imaginaria, Corina; y las Herodias, supuestas epístolas redactadas por las heroinas de la mitología a sus amados ausentes.

Dejamos algunos fragmentos de estos escritos  cínicos y licenciosos del buen Ovidio, autor por el que sentimos una gran simpatía.

De Amores, Libro Segundo, IV (tomado de Wikisource)

Yo no me atrevo a defender mis relajadas costumbres, ni a esgrimir las armas de la falsedad en pro de mis vicios: los confieso, si de algo aprovecha declarar las propias culpas; los confieso y sigo como un loco aferrado a mis extravíos: los odio, y aun deseándolo, no puedo ser otro del que soy. ¡Qué pesado, soportar la carga que uno quisiera echar de los hombros! Me faltan las fuerzas para dominarme a mí mismo, y me dejo arrastrar como barco impelido por rápida corriente. No subleva mis pasiones una sola belleza; son muchas las que me obligan siempre al amor. Si una doncella baja en mi presencia modestamente los ojos, me inflamo, y su pudor se convierte en el enemigo de mi tranquilidad. Si la otra se presenta provocativa, me subyuga, porque su resolución alienta la esperanza de mil placeres en el blando, lecho. Si veo una intratable que imita la rigidez de las Sabinas, pienso que sabe querer y disimula con orgullo lo que quiere. La que juzga los versos de Calímaco sin primor, comparándolos con los míos, revela que le gusto, y bien pronto ella me rendirá a su vez; la contraria que reniega del poeta y sus versos, no me ofende, antes desearía yacer al lado de la que así me maltrata. Anda con aire diligente, y me cautiva con sus andares; tiene duras las facciones y no, me importa, ya se suavizarán al contacto del varón. Ésta me fascina por su voz dulcísima que emite sin ninguna violencia, y quisiera estampar mis besos en su boca deliciosa; aquélla recorre con sus ágiles dedos las vibrantes cuerdas de la lira, ¿y cómo dejaría de amar tan hábiles manos? Me sorprende la bailarina que agita los brazos a compás, por el arte insinuante, con que tuerce su cuerpo lascivo; y no se hable de mí que me inflamo por la menor causa, póngase ante ella Hipólito, y se convertirá en Príapo. Tú igualas con esa arrogante estatura a las antiguas heroínas y puedes cubrir con tu cuerpo un lecho espacioso, y tú me vences por lo diminuta: las dos me encadenáis, las dos, alta y baja, convenís a mis gustos. Es algo negligente, ¿y qué puede añadir el ornato a su belleza?; se ofrece ataviada con lujo, y brilla su espléndida distinción. Me domina la blanca lo mismo que la morena; en las de cutis obscuro no son menos gratas las delicias de Venus. Si los cabellos de ébano le caen sobre la garganta de nieve, recuerdo que la hermosura de Leda consistía en su negra cabellera; si son rojos, que la Aurora sacude sus cabellos de color de azafrán, y me adapto por igual a todas las historias. Una novicia me atrae, una de edad madura me sugestiona; aquélla por sus carnes frescas, ésta por lo que sabe; en fin, que mi amor ambicioso quisiera llamar suyas a todas las bellezas que se admiran en la ciudad.

De "El Arte de Amar", Libro I.
¡Un verdadero manual de seducción!

Si alguien en la ciudad de Roma  ignora el arte de amar, lea mis páginas, y ame instruido por sus ver­sos. El arte impulsa con las velas y el remo las lige­ras naves, el arte guía los veloces carros, y el amor se debe regir por el arte... Éste en verdad es cruel (Amor), y muchas veces experimenté su enojo; pero es niño, y apto por su corta edad para ser guiado... Quirón fué el maestro de Aquiles, yo lo seré del amor: los dos niños temibles y los dos hijos de una diosa. No obstante, el toro dobla la cerviz al yugo del arado y el potro generoso tiene que tascar el freno; yo me someteré al amor, aunque me destroce el pecho con sus saetas y sacuda sobre mí sus antorchas encendidas.
…. La experiencia dicta mi poema; no despreciéis sus avisos saludables: canto la verdad. ¡Madre del amor, alienta el principio de mi carrera! ¡Lejos de mí, tenues cintas, insignias del pudor, y largos vestidos que cubrís la mitad de los pies! Nosotros cantamos placeres fáciles, hurtos perdonables, y los versos correrán limpios de toda intención criminal.
Joven soldado que te alistas en esta nueva milicia, esfuérzate lo primero por encontrar el objeto digno de tu predilección; en seguida trata de interesar con tus ruegos a la que te cautiva, y en tercer lugar, gobiérnate de modo que tu amor viva largo tiempo. Éste es mi propósito, éste el espacio por donde ha de volar mi carro, ésta la meta a la que han de acercarse sus ligeras ruedas.
Pues te hallas libre de todo lazo, aprovecha la ocasión y escoge a la que digas: «Tú sola me places.» No esperes que el cielo te la envíe en las alas del Céfiro; esa dicha has de buscarla por tus propios ojos. El cazador sabe muy bien en qué sitio ha de tender las redes a los ciervos y en qué valle se esconde el jabalí feroz. El que acosa a los pájaros, co­noce los árboles en que ponen los nidos, y el pescador de caña, las aguas abundantes en peces. Así, tú, que corres tras una mujer que te profese cariño perdurable, dedícate a frecuentar los lugares en que se reúnen las bellas. No pretendo que en su persecución des las velas al viento o recorras lejanas tierras hasta encontrarla; … pues Roma te proporcionará lindas mujeres en tanto número, que te obligue a exclamar: «Aquí se hallan reuni­das todas las hermosuras del orbe.» Cuantas mieses doran las faldas del Gárgaro, cuantos racimos llevan las viñas de Metimno, cuantos peces el mar, cuantas aves los árboles, cuantas estrellas resplandecen en el cielo, tantas .jóvenes hermosas pululan en Roma, porque Venus ha fijado su residencia en la ciudad de su hijo Eneas.
Si te cautiva la frescura de las muchachas adoles­centes, presto se ofrecerá a tu vista alguna virgen candorosa; si la prefieres en la flor de la juventud, hallarás mil que te seduzcan con sus gracias, viéndote embarazado en la elección; y si acaso te agrada la edad juiciosa y madura, créeme, encontrarás de éstas un verdadero enjambre.




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