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sábado, 29 de enero de 2011

El autor de la semana: Gógol


“Todos surgimos de El Capote de Gógol”
Fiódor Dostoievsky

Esta declaración rubricada por uno de los gigantes de las letras, nos da una idea del calibre de la obra de un autor que inaugura con sus escritos la  escuela rusa, que  ha aportado más de un astro esplendente en el firmamento de la escritura universal.

Se llamaba Nikolái Vasílievich Gógol,  y de su pluma inmortal salíó uno de los mejores  relatos  que haya leido jamás (más de uno se ha atrevido a decir que es el relato por antonomasia), por su humor sin igual, sus metáforas, sus moralejas, su perfecta caracterización del iluso protagonista, lo acertado del estilo, el manejo de las situaciones... Este cuentecillo magistral se titula "El Capote", y hay que leerlo más de una vez para irse enterando de toda su grandeza.

Una obrita nada romántica que introdujo en las letras eslavas (aquejadas entonces de un afrancesamiento aristócratico), algo realmente inaudito: a un antihéroe salido de lo más bajo del escalafón burocrático de la Rusia zarista, Akakiy Akakievich. Este ente gris es elevado por su creador al parnaso de los grandes carácteres eternos, y todo por vivir una aventura más o menos como sigue:

Como  un quídam Pérez de oficina mexicana, a  Akaky "en el departamento nadie le demostraba el menor respeto. Los ordenanzas no sólo no se movían de su sitio cuando él pasaba, sino que ni siquiera le miraban, como si se tratara sólo de una mosca que pasara volando por la sala de espera". ¿Qué lo hace entonces al final tan singular? Nada más que interesarse verdadera y apasionadamente  por algo por vez primera en su mísera existencia. Como todos lo hemos hecho alguna vez en medio de labores insignificantes que nos hunden en la más sórdida mediocridad, el tipejo concibe hacerse con un abrigo nuevo que reemplace al suyo que se deshace solo sin que ni el más hábil sastre pueda ya hacer algo por remediarlo. Realizará lo indecible para procurárselo, incluidas inhumanas economías de su magro salario. Una vez que lo ha conseguido, todo parece cambiar de pronto para él: comienza a ser objeto de una consideración social que no había conocido antes, y la negra envidia del prójimo se ceba en él. Todo esto le proporciona a nuestro antihéroe un placer celestial. Mas cuando parecía que todo marcharía sobre ruedas, una noche por una calle solitaria unos rateros acaban de golpe con sus ilusiones al cargar con la prenda lograda a tan alto precio. Akaky corre desesperado (no podemos menos que derramar algunas lágrimas compasivas por su suerte) en busca de socorro, toca todas las puertas y acude a todas las instancias, pero en todos lados le ignoran y le vapulean cruelmente. Finalmente como consecuencia de la desolación y las terribles heladas, el quídam pasa a mejor existencia.

El epílogo curioso de esta narración nos lo da la aparición nocturna de un  espectro de pálida faz que acecha a los transeúntes y sin distinción de rangos o edades, les arrebata los abrigos. Ni la redoblada vigilancia ni los esfuerzos de los policías logran aprehender al huidizo fantasma. Una noche en que cierto  encopetado personaje se dirigía en trineo a casa de una amiga, siente de repente que lo toman por detrás y al volverse... se encuentra con la lívida fisonomía de un viejo personaje de  uniforme raído, que le increpa: "-¡Ah! ¡Por fin te tengo!... ¡Por fin te he cogido por el cuello! ¡Quiero tu abrigo! No quisiste preocuparte por el mío y hasta me insultaste. ¡Pues bien: dame ahora el tuyo!", para luego arrancarle la elegante prenda y esfumarse, sin que el terror permita a la "alta personalidad" reaccionar. Tras este episodio parecen llegar a su fin las rapiñas de abrigos. Con el tiempo se vuelve a hablar del asunto, pero se lo deja al comprobarse que los roba-abrigos forman aún parte de los vivos.

Como ven, este drama narrativo contiene reverberaciones que nos alcanzan desde todos los puntos. Toda la literatura socialista e igualitaria  posterior está en deuda con él, y lo mismo puede decirse sin duda de la producción del realismo  mundial; el más celebrado filme de Vittorio de Sica no pudo sustraerse tampoco a estos ecos gogolianos... y si buscamos mejor, todos tenemos dentro nuestro a un  Akaky Akakievich que de cuando en cuando nos exige un nuevo capote.

Aquí podrán leer esta grandiosa ficción... y quizás compartirán su parecer con nosotros.


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