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miércoles, 19 de enero de 2011

Remembranzas de Tijuana: Ars Populi

Recuerdo de mis días en Tijuana, frontera la más transitada, un acontecimiento como dudo haya uno semejante en cualquier otra parte del mundo. La cita es anual,  en una de las colonias más populares de aquel municipio,   un barrio cuyo nombre suena a sarcasmo puro, pues si en algún lado el hombre se esclaviza más a los vicios y a las malas condiciones sociales, es en La Libertad.

Ahí pues se da La Ópera de la Calle, o el Operatón como se la conoce coloquialmente  en una clara paráfrasis del infame "Telezión". El objetivo principal es, en confesión de la propia coordinadora del evento Teresa Riqué, "el acercar a la gente común a esta manifestación artística"; pero al propio tiempo, hay evidentemente un interés pecunario de procuración de fondos para sacar adelante las temporadas de ópera de la localidad y continuar así con su promoción.


Siempre he sostenido que el arte real y perenne es por  esencia de naturaleza aristocrática; así al menos lo han reconocido muchos de los grandes pensadores y creadores en la historia de la cultura; es por esto que Ópera de la Calle me ha resultado siempre chocante, aunque eso sí bastante divertida.


El aparato publicitario es amplio y considerable; los medios locales dan amplia difusión con días de antelación al Operatón y exhortan al auditorio a cooperar con él. Para cuando éste comienza ya se han instalado a lo largo y ancho de la mentada Libertad, en babilónica confusión,  incontables  puestos de antojitos, bebidas embriagantes, souvenirs, artesanías, talleres de artes,  y de difusión de la pretendida cultura local. Una infinidad de sillas de plástico, de las llamadas "cerveceras", son colocadas frente a una plataforma escénica que mucho tiene de transitorio e improvisado, como la  ciudad misma. Los autos afluyen desde todos los puntos hasta abarrotar el último rincón "libre" de la colonia; corren en profusión ríos de gente para desesperación de los que llegan demasiado tarde y se sienten como en una avenida pequinesa, empujados por la gran multitud en una dirección incierta.

Ahora que me encuentro bastante lejos de esa querida Tijuana de mis andanzas, recuerdo una muy divertida anécdota  ilustrativa de este evento particular. Sucedió hacia el final del mismo, tras algunos números de música y danza étnica,  cuando vino el plato fuerte de la noche,   la presentacion callejera de la eterna Madama Butterfly (bastante recortada, adaptada y mutilada por obvias razones prácticas), con una excelente Encarnacion Vázquez dandole carne a la infortunada Cio- Cio -San, y un Pinkerton bastante estúpido y anodino, llevando este drama a las atónitas masas con un rústico sistema de altavoces y micrófonos, cuyas fallas y chirridos constantes me hicieron maldecir en voz alta un par de veces, pues ya me hallaba lo suficiente a tono con las cervezas consumidas y el tenor de la obra (ambos, cantante y asunto). Con todo, la cosa pudo avanzar hasta el conocido e impresionante harakiri ... pero en el  momento en que la japonesita daba fin a su mísera existencia, uno de los micrófonos captó clara y distintamente  la voz de un ingenuo espectador exclamar "¡ay en la madre!". Este ex abrupto naturalmente provocó de inmediato la hilaridad de todo el público en el preciso instante  que se reclamaba de él la mayor seriedad y concentración escénica. Mas tarde, después de algunas pausas, tocó el turno de callejear a esa otra joya pucciniana imperdible de la Bohème. Aunque ya para entonces  la plebe manifestaba  su irreverencia e impaciencia como suele hacerlo en estos casos, pudo comenzar la segunda obra  con una muy mexicana puntualidad de casi dos horas después de lo señalado en el programa manual.

Tan artística velada hubo de clausurarse literalmente con broche de fierro, pues una enorme estructura de este metal se desprendió cayendo ante la incrédula mirada del respetable, llevando la tragedia del escenario a lo real, y sembrando la más espantosa confusion entre los cientos de concurrentes.

Lo anterior  lleva a plantearse una vez más la eterna cuestion: el Arte, ¿debe ser en general elitista o popular? ¿Es lícito ofrecer al vulgo de entrada  fragmentos "fáciles" que asimile al menos en la superficie, en un  proceso de educacion de su sensibilidad, que le lleve gradualmente a mayores conquistas estilísticas? O bien, ¿no es lo mejor el presentarle definitvamente sólo los bocados que puede tragar, vedándole para siempre los grandes trozos, materia únicamente para los entendidos y especialisas?
Dejo abierto el debate sin aportar más de mis opiniones y juicios de valoración.

4 comentarios:

Regina dijo...

con mucha agudeza tú reflexión y tan cierta que estuve presente en ese comico episodio. Propondré que lo publiquen en el diario regional -el mexicano- sección de arte y cultura.

Omar Krishna dijo...

Será un honor para mí el que sea incluido en ese diario que pugna por superar tantas situaciones adversas. Saludos a la ciudad de la Frontera.

Regina dijo...

Hola Omar me han confirmado que revisan la info y estan interesados en publicarlo, te aviso cuando esto suceda. Buen inicio de semana y que tú vida siga siendo música

Regina dijo...

http://www.youtube.com/watch?v=ikeSOxqig-w