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lunes, 3 de enero de 2011

Goethe versus Cervantes (con el perdón de la golilla de este último)









Uno de los días más aciagos, golpe terrible del que aún no consigo recobrarme, el de aquella histórica semifinal en la pasada Copa del Mundo. Ver caer a un coloso como Deutschland, con una trayectoria gloriosa – prácticamente sin solución de continuidad-, inspiradora y digna de toda admiración, vaya que me resultó doloroso.
Sí, ya sé que ahora más de uno estará pensando que estas líneas han sido redactadas por uno de tantos hinchas fanáticos del balompié, y que no se debe tomar tan  en serio un simple partido de un evento que es mucho más mediático que realmente deportivo. A esto replicaré que para mí el fútbol mundial, en sus encuentros cumbres, representa una exhibición espiritual de las diferentes naciones participantes, una oportunidad única de contemplar a lo vivo los rasgos constantes de la psique que han definido por siglos la grandeza, o bien el destino anodino de estos pueblos; en cada pase solidario, en cada acarreo – no pocas veces heroico- a la meta contraria, en cada jugada que bien puede ser una obra maestra de belleza estratégica o una danza etérea (pienso en el gran Zizou), en todo esto se revela más acerca del carácter étnico que en el mejor tratado o ensayo social.
Por eso mi choque brutal cuando un país que siempre he reputado por debajo de los logros y grandeza germanos, se alza de pronto con un triunfo que le catapulta a la etapa final de la gloria. Antes de eso, podíamos ver a la imbatible máquina teutona en su clásica Blitzkrieg, aniquilando rival tras rival sin respetar sus jerarquías… y se esperaba que así sucediera también con España, contrincante que pocas veces han mirado en serio las grandes potencias del Viejo Continente, Estado que se alejó por centurias de la corriente principal de la historia que llevaba a éstas a los mayores logros humanos y culturales. Pero esta vez la historia misma decidió jugarnos una mala pasada y nos tocó contemplar a los de la "Furia Roja" propinarle al sempiterno finalista una derrota que no olvidará en mucho tiempo.
Por fortuna el deporte del esférico  no es el único campo que debemos examinar para dar un veredicto acerca del verdadero  lugar ocupado por cada una de estas naciones. Procedamos entonces a hacer una revisión comparativa de ambas.
Que España vivió un auténtico siglo de oro en su historia está más allá de toda disputa: un territorio colonial inmenso envidiado por todos los  grandes poderes, un florecimiento único de las artes, principalmente las letras y la pintura, hacía pensar que este pueblo estaba destinado a restaurar la grandeza del imperio latino. Pero no menos cierto es que la época no estuvo exenta de cierta melancolía, como si los mismos iberos presintiesen que su gloria sería más bien efímera, un sueño como el de Calderón. Cabe recordar que una manifestación cultural como el barroco español, con su recargada ornamentación y su aceptación de todos los dogmas antiguos y sujeto a la censura inquisitorial,  fue como el equivalente artístico de la Contrarreforma peninsular, algo así como el darle la espalda al periodo de crítica y revisión de los valores que, surgido en Italia con el Renacimiento, había pasado al resto de Europa con resultados esplendorosos y de superación definitiva del Oscurantismo. Ciertamente genios como Galileo o Descartes brillaron por su ausencia en España. Pese a que se ha llegado a mencionar que sí hubo renacimiento en esas tierras, lo cierto es que casi nada de lo que sabemos de esa época nos hace suponer tal cosa, y esta fue la impresión en común de tantos europeos ilustrados que señalaron “el atraso y la barbarie hispánica” en tiempos del resurgimiento del resto de los pueblos civilizados del continente.
Alemania, por su parte, se vio por siglos imposibilitada de formar un Estado realmente unitario. Sabido es que los que pomposamente se llamaba El Sacro Imperio Romano Germánico no era sino un conjunto de minúsculos feudos gobernados por pequeños nobles déspotas que solían hacerse la guerra entre ellos. Hay que esperar hasta la aparición de Bismarck para poder hablar por primera vez de una “nación alemana”. Pero con todo y estas nefastas divisiones, en las tierras de Germania nacen y  crecen genios decisivos en el devenir de la Humanidad: Kepler, Leibnitz,Kant, Hegel, Bach, Gauss, y un inabarcable etc. Casi huelga decir que estas figuras no cuentan con una equivalente de similar estatura en España.
A la inteligencia teutona se le adjudican justamente inventos,  descubrimientos y creaciones mentales capitales como el reloj mecánico, la imprenta, la Ley del Movimiento Planetario, la máquina neumática, el termómetro de mercurio, la litografía, los planeadores, el automóvil de gasolina, la motocicleta, el Cálculo Diferencial e Integral, el valor de Pi, las ondas de radio, el motor Diesel,  los Rayos X, la que nos quita las jaquecas, el dirigible, la Teoría de la Relatividad,  el microscopio electrónico, los cohetes espaciales…, mientras que a los españoles sólo podemos atribuirles a lo sumo un puñado de cosas útiles o sabrosas, como el trapeador o la paleta Chupa Chup.
En deportes, que fue nuestro punto de partida, también resulta casi ocioso repetir que los alemanes históricamente han sido supremos. Sus participaciones en eventos internacionales de esta clase: Juegos Olímpicos de verano e invierno, campeonatos globales de fútbol, de natación  y atletismo…, los han confirmado siempre como potencia cimera indiscutible…cosa que no podemos afirmar sino de vez en vez de España.
Johann Wolfgang von Goethe y  Miguel de Cervantes y Saavedra, ¿quiénes mejor que ellos y sus creaciones superiores para ilustrar de una buena vez las diferencias abismales que median entre sus respectivos países?  Doktor Faust frente al inseparable binomio Alonso Quijano- Sancho. El primero – como su creador- un hombre iluminado  que ha agotado el acervo de la ciencia humana, de curiosidad patológicamente insaciable que busca apaciguarse con la revelación de los arcanos de las ciencias ocultas; es el alemán de siempre que no teme pactar con los poderes oscuros si ello representa un paso más hacia el conocimiento vedado a los hombres comunes; protestante y nórdico que recorre todas las sendas y lo emprende todo con valor aun a sabiendas de que el resultado final puede ser la muerte o la condenación. En El Quijote, triste y risible figura de un mundo retrógrado, se dan las dos antípodas del carácter español eterno. Por un lado el flaco y barbado anciano,  ferviente católico de un idealismo patético, soñador y estéril, que confunde ingenios humanos y figuras con gigantes y  hechos heroicos; por el otro  el achaparrado y anodino Sancho, hombre de cortos alcances que sólo se salva merced a sus dichos y simplezas, que le hacen uno de los bufones más divertidos de las letras universales.
El fallo se ha dado. Que cada uno extraiga sus propias conclusiones.

1 comentario:

Regina dijo...

lo has dicho todo, por favor dedicale algo a Nietzche, Hesse y Kafka para seguir enalteciendo la supremacía germana