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jueves, 27 de enero de 2011

Mil y una razones para amar sólo la clásica



Parece que las  últimas décadas del pasado siglo son concebidas, en términos musicales, de modos muy diferentes. Para mí, por ejemplo, los años ochenta no significan nada que tenga que ver remotamente con la música dance, sino  que son el espacio de los interesantísimos experimentos europeos de genios como Boulez, Stockhausen y Xenakis...

Cuando me preguntan qué tipo de música escucho, la respuesta que doy depende de la sociedad en la que me encuentre; si se trata de personas vulgares, de carácter burlón y violento (esto es lo común),  sólo  contesto vagamente que "de toda un poco"; si   entre gente pacífica y de natural tolerante, declaro  que "me gusta la instrumental o relajada"; si en compañía de algunos troveros o intelectuales, ahí si confieso francamente mi gusto por las partituras clásicas; y si es entre  algunos raros melómanos o músicos, entonces  digo la pura verdad, "que no puedo escuchar otra música que no sea la clásica o de los dioses".

La razón de todo esto va más allá del simple gusto personal o el esnobismo. Ha sido el resultado de una elección bien meditada. "Ars longa vita brevis", y de nada hacemos tanto dispendio como de esa existencia misma. Hay distintas maneras de obrar con insensatez, y de las menos viles que he encontrado, la contemplación del arte más elevado y de la vida. En estas actividades tengo mi deleite y mi reposo. Yo comparo prosaicamente este hecho con una mesa servida con largueza para todo tipo de paladares: por un lado  los sabrosos frijolitos con su guacamole y totopos, o unas tortillitas recién hechas al comal, botanas y otros de la especie; por el otro, ensaladas exóticas, carnes finas, aves  y otros guisos peregrinos salidos de la mente refinada de algún chef  constelado de Michelines. Al encontrarme por primera vez con ella, pasó que después de vacilar por un buen tiempo, pensé que si bien los platos sencillos y sabrosos provocan en mí una elevada fruición, al final terminarían decepcionándome por no poderme ofrecer algo que satisficiera a cabalidad un innato deseo de sibaritismo gastronómico que tengo (no sé  de dónde diablos venido); por todo lo cual concluí que no habría de arrepentirme en lo sucesivo si arrinconando para siempre  los  platos básicos  me consagraba en adelante a las voluptuosidades de los más compuestos y  etéreos...Y hasta la fecha- ya son bastantes años- estoy seguro de que he hecho la mejor elección posible.

La música clásica, sobra decirlo, no goza de la simpatía y preferencia del gran público. Se aducen varias razones, que ya se han hecho tópicos: es aburrida, para viejitos, sólo para personas muy cultas... y aunque es sumamente fácil desbaratarlas todas ellas, nos limitaremos a decir unas líneas sobre lo que representa el universo clásico para nosotros.

Espíritus selectos como Bach, Mozart y Beethoven son considerados por los melómanos casi unánimemente como los puntos culminantes de toda la creación musical en Occidente (yo diría que del mundo). Cada uno de ellos consagró su vida entera a la creación de partituras inmortales. La temprana muerte de Amadeus no fue obstáculo para que su catálogo alcanzara varios cientos de opus; el Sordo un par de cientos... y de Bach ni se diga, miles y miles de hojas musicales cuyo análisis y disfrute podría llevar todo un centenario... y aún quedarían diamantes por descubrir en ellas.

Hablamos de una triada gloriosa. Pero la música clásica incluye a miles de compositores; la mayoría son genios totales y han agregado una cantidad ingente de inspiración al acervo existente. Todos los estados de la humana psique con sus casi infinitos matices, pueden ser encontrados en las piezas académicas (cosa que no ocurre en lo popular); luminosa alegría hay en Vivaldi y los barrocos italianos; tragedia en  Mahler; refinamiento en Debussy; brutalidad en Alban Berg; heroismo en Beethoven; ternura en Schubert...Se da dentro de  lo clásico también la llamada música pura y atemporal que no precisa de coordenadas específicas ( v gr los preludios de Bach); otra que es descriptiva en buena medida y cuenta con todo un programa de mano para su mejor inteligencia (Berlioz o Lizst y sus grandiosas fantasías sinfónicas). Hay música culta inmediatamente asequible y sin cuestionamientos, incluso para el hombre de la medianía, y otra que requiere para ser asimilada de una preparación y un poder de abstracción excepcionales.En esta música inefable caben todas las simplezas, todos los arrebatos, todas las confesiones y todas las audacias; satisface al espíritu y la inteligencia, sirve de unción al alma y es capaz de provocar un deleite sin igual en la parte del cuerpo destinada a responder directamente a sus estímulos... y aun en las otras que se corresponden inesperadamente con ella en este proceso. Es una compañera eterna y fiel cuyo amor no se ve afectado por las humanas pasiones ni por los ultrajes del tiempo.

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