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domingo, 30 de enero de 2011

El Rincón del melómano: Messiaen


 "Todo esto se queda en ensayo y balbuceo, si se atiende a la grandeza del tema."
  Messiaen

Tiempo hace ya que deseaba dedicar este espacio a la vida y obra de otro de los grandes de la Música. No lo hice antes por falta de tiempo y concentración. Pero hoy nos reivindicamos.

Olivier Messiaen es sin duda uno de los compositores imprescindibles de los últimos sesenta años. No hay manual o libro serio que no lo cite como uno de los  autores capitales de la segunda mitad del siglo XX, y su influencia llega aún más agigantada  hasta nuestros días por la obra de algunos de sus principales discípulos,  el versátil Boulez entre ellos.

Nacido en Aviñon, Francia, a principios de 1900.  Fue hijo de un notable profesor de literatura inglesa y de una delicada poetisa, la que pareció presentir tempranamente la vocación de su hijo al dedicarle ya desde el vientre unos versos que hablaban de "premuniciones musicales". El vaticinio no resultaría fallido: rodedado de un ambiente artístico favorable, con infinidad de libros, piezas musicales y teatros de marionetas, y admirando fervientemente la partitura de ensueño del Pelleas de Debussy, Olivier ingresa con poco más de diez años al Conservatoire de Paris. Maestros insignes como Dukas y Dupré, entre otros, le proporcionan una de las más sólidas formaciones musicales. Se destaca como el primero en casi todas las disciplinas y enseñanzas. Sus primeras composiciones muestran un concienzudo y avanzado estudio del ritmo, y ya para entonces incorpora influencias de otras músicas, como el uso de la percusión javanesa en el gamelan. Resintiendo la banalidad imperante en la escena musical parisina, forma con un par de músicos el grupo conocido como La Jeune France (la Joven Francia), cuya misión es devolverle a este arte su dignidad. Con apenas más de veinte años, Messiaen ocupa ya el importantísimo cargo de organista titular de la iglesia de la Sainte Trinité (las obras que nos dejó para este instrumento cuentan entre las más grandes, al lado de las de Bach). Durante la Segunda Guerra Mundial, Messiaen es llamado a incorporarse a los destacamentos. Parte más como auxiliar que como soldado. Es capturado por los teutones y llevado a un campo de prisioneros. En su encierro, el músico realiza uno de los hechos artísticos más sorprendentes y notables de la historia, que demuestra el triunfo del espíritu sobre la barbarie humana: sirviéndose de unos instrumentos en condiciones lamentables (piano, violín, cello y clarinete), compone su portentoso Quatuor por le fin de temps (Cuarteto para el fin del tiempo). La obra fue estrenada para  un auditorio compuesto de ateridos cautivos y militares, que  ofrecían la verdadera estampa de los restos del holocausto apocalíptico. Terminados los horrores de la confrontación, Messiaen se consagra enteramente a la enseñanza musical y a la composición. Su cátedra fue visitada por buena parte de los mejores autores de los últimos tiempos. Murió en la cercanía de la capital francesa, en 1992 tras una larga agonía, pero sin duda reconfortado por su fe inquebrantable.

Realizar un análisis de la obra de Messiaen es una tarea que va más allá de los propósitos de este sitio, y a años luz de nuestras capacidades y conocimientos. Contentémonos pues con mencionar sus principales rasgos interesantes, en virtud de nuestra experiencia como melómanos. Estas partituras - para el que las escucha por vez primera- no se parecen a nada que se haya compuesto ni antes ni después. Suelen incorporar instrumentos raros y exóticos, como el dispositivo de las Ondas Martenot (produce sonidos que sugieren llamadas extraplanetarias), las percusiones de resonancias orientales y otros más..  Olivier  declaró en más de una ocasión que cuando componía percibía clara y distintamente colores de un espectro maravilloso (era una metáfora) que tenían su exacta correspondencia con los sonidos musicales; es decir que  la suya es una  música sinestésica. Baste reparar en algunos títulos de su catálogo como Couleurs de la Cité Céleste , para percibir la idea que del color orquestal tenía.

 Repitamos un carácter fundamental: su profunda e inamovible fe cristiana. Messiaen era un ferviente católico romano, que depositaba enteramente su confianza en la Divinidad. No hay obra alguna  de él que no nos hable directa o indirectamente de su confesión; pero ésta se evidencia en su obra de un modo sumamente personal: no produce resultados ascéticos y austeros como en algunos fundamentalistas, sino que se manifiesta gozosamente, con exuberancia, semejante a un espiritu exultante que teniendo ya la intuición del poder y la presencia divinas, se lanza sin frenos ni tabúes a la busqueda del placer en todos los aspectos de la vida y  la creación (Messiaen decía que el sexo, por ejemplo, era un regalo de Dios, hedonismo  al  más puro estilo francés). Es por eso que con sus notas se glorifican aspectos como la imponencia de las montañas, el brillo eterno de los astros, el encuentro de lo-eterno- masculino con su correspondiente femenino (el Mito de Tristán e Isolda),  el canto de las aves...Sí. En una entrevista con Claude Samuel, Messiaen reconoció que los músicos que más lo habían influido, y con mucho, eran las criaturas aladas, que en su opinión fueron las primeras en entonar un canto (por ende músicos) sobre la faz del planeta. Consagró buena parte de su vida al estudio de las costumbres y melopeas de los pájaros. Los resultados de esta inmensa labor fueron registrados en el papel pautado, con efectos que han maravillado tanto a los ornitólogos como a los más exigentes especialistas y críticos musicales. Catalogue d´oiseaux (catálogo de aves) es una obra monumental para piano en la que encontrarán la transcripción, un tanto idealizada, de los cantos de  un buen número de especie de aves de distintas latitudes.
Otras obras maestras absolutas que no podemos pasar en silencio: Sinfonía Turangalila (en ella se resume gran parte de lo que hemos expuesto arriba), La Ascención (oratorio colosal), La Natividad del Señor Jesús (suite para órgano) y la ópera San Francisco de Asís (beato con el que se identificaba por su amor a lo creado). En todas ellas verán el testimonio de un hombre sincero y músico  singular, que a pesar de haber vivido en tiempos verdaderamente difíciles de colapso de la fe y los valores- lo cual en arte se tradujo en la proliferación de vanguardias vacuas que no conducían sino a una impasse-, supo encontrar un estilo individual y constructivo, que era como una flecha enamorada lanzada al corazón mismo de la razón de ser de todas las cosas.

Hoy pensemos un poco en este genio singular. Asimilemos su ejemplo como una prueba de valor y fortaleza en momentos caóticos.


sábado, 29 de enero de 2011

El autor de la semana: Gógol


“Todos surgimos de El Capote de Gógol”
Fiódor Dostoievsky

Esta declaración rubricada por uno de los gigantes de las letras, nos da una idea del calibre de la obra de un autor que inaugura con sus escritos la  escuela rusa, que  ha aportado más de un astro esplendente en el firmamento de la escritura universal.

Se llamaba Nikolái Vasílievich Gógol,  y de su pluma inmortal salíó uno de los mejores  relatos  que haya leido jamás (más de uno se ha atrevido a decir que es el relato por antonomasia), por su humor sin igual, sus metáforas, sus moralejas, su perfecta caracterización del iluso protagonista, lo acertado del estilo, el manejo de las situaciones... Este cuentecillo magistral se titula "El Capote", y hay que leerlo más de una vez para irse enterando de toda su grandeza.

Una obrita nada romántica que introdujo en las letras eslavas (aquejadas entonces de un afrancesamiento aristócratico), algo realmente inaudito: a un antihéroe salido de lo más bajo del escalafón burocrático de la Rusia zarista, Akakiy Akakievich. Este ente gris es elevado por su creador al parnaso de los grandes carácteres eternos, y todo por vivir una aventura más o menos como sigue:

Como  un quídam Pérez de oficina mexicana, a  Akaky "en el departamento nadie le demostraba el menor respeto. Los ordenanzas no sólo no se movían de su sitio cuando él pasaba, sino que ni siquiera le miraban, como si se tratara sólo de una mosca que pasara volando por la sala de espera". ¿Qué lo hace entonces al final tan singular? Nada más que interesarse verdadera y apasionadamente  por algo por vez primera en su mísera existencia. Como todos lo hemos hecho alguna vez en medio de labores insignificantes que nos hunden en la más sórdida mediocridad, el tipejo concibe hacerse con un abrigo nuevo que reemplace al suyo que se deshace solo sin que ni el más hábil sastre pueda ya hacer algo por remediarlo. Realizará lo indecible para procurárselo, incluidas inhumanas economías de su magro salario. Una vez que lo ha conseguido, todo parece cambiar de pronto para él: comienza a ser objeto de una consideración social que no había conocido antes, y la negra envidia del prójimo se ceba en él. Todo esto le proporciona a nuestro antihéroe un placer celestial. Mas cuando parecía que todo marcharía sobre ruedas, una noche por una calle solitaria unos rateros acaban de golpe con sus ilusiones al cargar con la prenda lograda a tan alto precio. Akaky corre desesperado (no podemos menos que derramar algunas lágrimas compasivas por su suerte) en busca de socorro, toca todas las puertas y acude a todas las instancias, pero en todos lados le ignoran y le vapulean cruelmente. Finalmente como consecuencia de la desolación y las terribles heladas, el quídam pasa a mejor existencia.

El epílogo curioso de esta narración nos lo da la aparición nocturna de un  espectro de pálida faz que acecha a los transeúntes y sin distinción de rangos o edades, les arrebata los abrigos. Ni la redoblada vigilancia ni los esfuerzos de los policías logran aprehender al huidizo fantasma. Una noche en que cierto  encopetado personaje se dirigía en trineo a casa de una amiga, siente de repente que lo toman por detrás y al volverse... se encuentra con la lívida fisonomía de un viejo personaje de  uniforme raído, que le increpa: "-¡Ah! ¡Por fin te tengo!... ¡Por fin te he cogido por el cuello! ¡Quiero tu abrigo! No quisiste preocuparte por el mío y hasta me insultaste. ¡Pues bien: dame ahora el tuyo!", para luego arrancarle la elegante prenda y esfumarse, sin que el terror permita a la "alta personalidad" reaccionar. Tras este episodio parecen llegar a su fin las rapiñas de abrigos. Con el tiempo se vuelve a hablar del asunto, pero se lo deja al comprobarse que los roba-abrigos forman aún parte de los vivos.

Como ven, este drama narrativo contiene reverberaciones que nos alcanzan desde todos los puntos. Toda la literatura socialista e igualitaria  posterior está en deuda con él, y lo mismo puede decirse sin duda de la producción del realismo  mundial; el más celebrado filme de Vittorio de Sica no pudo sustraerse tampoco a estos ecos gogolianos... y si buscamos mejor, todos tenemos dentro nuestro a un  Akaky Akakievich que de cuando en cuando nos exige un nuevo capote.

Aquí podrán leer esta grandiosa ficción... y quizás compartirán su parecer con nosotros.


jueves, 27 de enero de 2011

Mil y una razones para amar sólo la clásica



Parece que las  últimas décadas del pasado siglo son concebidas, en términos musicales, de modos muy diferentes. Para mí, por ejemplo, los años ochenta no significan nada que tenga que ver remotamente con la música dance, sino  que son el espacio de los interesantísimos experimentos europeos de genios como Boulez, Stockhausen y Xenakis...

Cuando me preguntan qué tipo de música escucho, la respuesta que doy depende de la sociedad en la que me encuentre; si se trata de personas vulgares, de carácter burlón y violento (esto es lo común),  sólo  contesto vagamente que "de toda un poco"; si   entre gente pacífica y de natural tolerante, declaro  que "me gusta la instrumental o relajada"; si en compañía de algunos troveros o intelectuales, ahí si confieso francamente mi gusto por las partituras clásicas; y si es entre  algunos raros melómanos o músicos, entonces  digo la pura verdad, "que no puedo escuchar otra música que no sea la clásica o de los dioses".

La razón de todo esto va más allá del simple gusto personal o el esnobismo. Ha sido el resultado de una elección bien meditada. "Ars longa vita brevis", y de nada hacemos tanto dispendio como de esa existencia misma. Hay distintas maneras de obrar con insensatez, y de las menos viles que he encontrado, la contemplación del arte más elevado y de la vida. En estas actividades tengo mi deleite y mi reposo. Yo comparo prosaicamente este hecho con una mesa servida con largueza para todo tipo de paladares: por un lado  los sabrosos frijolitos con su guacamole y totopos, o unas tortillitas recién hechas al comal, botanas y otros de la especie; por el otro, ensaladas exóticas, carnes finas, aves  y otros guisos peregrinos salidos de la mente refinada de algún chef  constelado de Michelines. Al encontrarme por primera vez con ella, pasó que después de vacilar por un buen tiempo, pensé que si bien los platos sencillos y sabrosos provocan en mí una elevada fruición, al final terminarían decepcionándome por no poderme ofrecer algo que satisficiera a cabalidad un innato deseo de sibaritismo gastronómico que tengo (no sé  de dónde diablos venido); por todo lo cual concluí que no habría de arrepentirme en lo sucesivo si arrinconando para siempre  los  platos básicos  me consagraba en adelante a las voluptuosidades de los más compuestos y  etéreos...Y hasta la fecha- ya son bastantes años- estoy seguro de que he hecho la mejor elección posible.

La música clásica, sobra decirlo, no goza de la simpatía y preferencia del gran público. Se aducen varias razones, que ya se han hecho tópicos: es aburrida, para viejitos, sólo para personas muy cultas... y aunque es sumamente fácil desbaratarlas todas ellas, nos limitaremos a decir unas líneas sobre lo que representa el universo clásico para nosotros.

Espíritus selectos como Bach, Mozart y Beethoven son considerados por los melómanos casi unánimemente como los puntos culminantes de toda la creación musical en Occidente (yo diría que del mundo). Cada uno de ellos consagró su vida entera a la creación de partituras inmortales. La temprana muerte de Amadeus no fue obstáculo para que su catálogo alcanzara varios cientos de opus; el Sordo un par de cientos... y de Bach ni se diga, miles y miles de hojas musicales cuyo análisis y disfrute podría llevar todo un centenario... y aún quedarían diamantes por descubrir en ellas.

Hablamos de una triada gloriosa. Pero la música clásica incluye a miles de compositores; la mayoría son genios totales y han agregado una cantidad ingente de inspiración al acervo existente. Todos los estados de la humana psique con sus casi infinitos matices, pueden ser encontrados en las piezas académicas (cosa que no ocurre en lo popular); luminosa alegría hay en Vivaldi y los barrocos italianos; tragedia en  Mahler; refinamiento en Debussy; brutalidad en Alban Berg; heroismo en Beethoven; ternura en Schubert...Se da dentro de  lo clásico también la llamada música pura y atemporal que no precisa de coordenadas específicas ( v gr los preludios de Bach); otra que es descriptiva en buena medida y cuenta con todo un programa de mano para su mejor inteligencia (Berlioz o Lizst y sus grandiosas fantasías sinfónicas). Hay música culta inmediatamente asequible y sin cuestionamientos, incluso para el hombre de la medianía, y otra que requiere para ser asimilada de una preparación y un poder de abstracción excepcionales.En esta música inefable caben todas las simplezas, todos los arrebatos, todas las confesiones y todas las audacias; satisface al espíritu y la inteligencia, sirve de unción al alma y es capaz de provocar un deleite sin igual en la parte del cuerpo destinada a responder directamente a sus estímulos... y aun en las otras que se corresponden inesperadamente con ella en este proceso. Es una compañera eterna y fiel cuyo amor no se ve afectado por las humanas pasiones ni por los ultrajes del tiempo.

domingo, 23 de enero de 2011

El autor de la semana: Aristófanes


Continuamos con nuestra galeria de efigies inmortales. Pasemos hoy a un autor que nació y vivió en el Ática, Atenas, en el siglo V antes de nuestra era,  cuando conjurado definitivamente con tres victoriosas batallas el peligro de la invasión persa, se reconstruye la ciudad en ruinas; y se reinaugura con la guía política del brillante  Pericles el siglo de oro de la cultura helena. Esta fue la época de la erección del majestuoso Partenón, donde trabajaron artistas como Fidias; lo es también de pensadores excelsos como Sócrates y Platón; y de dramaturgos como Sófocles y Eurípides... y por supuesto del genial  y chocarrero Aristófanes.

La comedia, con mucho de como la conocemos hoy, fue también un legado de esos días gloriosos para Atenas. La etimología puede traducirse más o menos como "canto del desmadre". Y es que en medio de las celebraciones a la divinidad Dionisos, numen de la embriaguez y del desborde vital, se cometían toda clase de excesos y desmanes; un grupo de danzantess y hombres entonaban sus cánticos y se obsequiaban entre ellos con frases procaces, burlescas y obscenas. De esta costumbre, se cree, nació por entonces el género que por su tema y situaciones se sitúa como la antípoda de la tragedia.

Se tiene noticia de un puñado de autores de este tipo de obras; pero sólo uno ha llegado hasta nosotros, Aristófanes. De él se han conservado once comedias. La originalidad de estos escritos, la capacidad de creación de caracteres eternos, el estilo lírico y elevado que sabe convivir al lado de fragmentos escatológicos y vulgares, la sátira despiadada e ingenio  y otros elementos más, hacen de Aristófanes uno de los grandes del teatro universal.

Del contenido de sus obras se desprende que el comediógrafo era una especie de reaccionario que no veía con buenos ojos la modernidad que ya despuntaba en el recinto ateniense: figuras revolucionarias como Eurípides con su teatro humano y Sócrates con su método filosófico de indagación de la verdad, fueron objeto de la más enconada burla aristofánica. Pero eso no era obstáculo para que se saludasen cordialmente en la poli, pues se trataba de una avanzada democracia donde cada uno podía opinar a su gusto. También hay en ellas una apasionada declaración de pacifismo: en más de una ocasión  muestran la demencia y estupidez de las guerras entre los hombres.

Dejamos un fragmento, que hemos traducido de una versión  francesa (http://remacle.org/bloodwolf/comediens/Aristophane/paixgr.htm), de una de sus comedias más aplaudidas, "La paz". Esperemos que rían con él tanto como nosotros lo hemos hecho al vertirlo.

Esclavo 1.
Trae, trae acá, rapidito,  el pastelito pal  escarabajo.
Esclavo 2.
Ten. Dáselo a ese pinche animal.  ¡Ojalá que nunca se trague algo mejor!
Esclavo 1.
Venga otro, amasadito con mierda de burro.
Esclavo 2.
Ahí está el otro... ¿Dónde está el que trajiste ahorita? ¿Ya se lo comió?
Esclavo 1.
¡Por diosito que sí! Lo volteó con sus patas... y va pa´dentro todo. Órale, hazme corriendito otro más grande y espesito.
Esclavo 2.
Esos que  limpian calabaza, por Dios, vengan a echarme una manita si no quieren verme asfixiado.
Esclavo 1.
Otro, otro, de caca de jotito: ya sabes que le gusta bien molidita...
Esclavo 2.
Bueno, ciudadanos, al menos nadie pensará que mientras amaso la pasta me la estoy engullendo.
 Esclavo 1.
 ¡Puaj ! Tráeme otro y otro.. y vete amasando otro más.
Esclavo 2.
¡Ya no, por Dios! No puedo... no aguanto más el hedor.
Esclavo 1.
Entonces me llevo a la bestia con todo y su peste.
Esclavo 2.
¡Ya vas! Aviéntaselo a los cuervos, y de paso te tiras tu primero. (Al público) Que alguno que lo sepa me lo diga: ¿dónde puedo hallar una nariz sin agujeros? Pues yo no sé de otra chamba más miserable que ser el pastelero de un escarabajo. El marrano y el perrito, cuando vamos al establo, se tragan toditito sin chistar, pero este cabrón se hace el melindrosito, y si no me paso todo el santo día amasando y se lo llevo como una galletita a una señorita, no se digna siquiera a probarlo. Pero voy a ver si ya terminó; abro tantito la puerta para que no me sienta. Anda, no te detengas hasta que revientes sin darte cuenta. Ay. como se agacha el maldito sobre el pastelito. Pareciera un luchador: adelanta las mandíbulas; mueve su cabeza y sus patas de aquí para allá, como los que enrollan los gruesos cables en los navíos de carga. ¡Pinche animalejo asqueroso, apestoso y tragón! No sé a que deidad representa. Segurito que no es ni de Afrodita ni de las Gracias.
Esclavo 1.
 ¿De quién pues?
 Esclavo 2.
 Pues yo creo que esta monstruosidad nos la envió Zeus lanza-cagada.
  Esclavo 1.
  Ahorita entre los del público no faltará segurito algún jovenzuelo, de esos que se las   dan    de listillos, que ya esté diciendo: "¿Qué carajos es eso?", "¿para qué el escarabajo?"   Y un jonio sentado a su lado le responde: "Según yo están hablando de Cleón, que no tiene empacho en tragarse la porquería.
Esclavo 2.
Pero yo me voy a darle de beber.

viernes, 21 de enero de 2011

El rincón del melómano: Sergei Prokofiev


Hay un músico muy especial y caro a mí; sus obras tienen un sitio de privilegio en los estantes de mi discoteca clásica. Se trata de aquel genio luminoso llamado Sergei Sergeievich Prokofiev. Prácticamente todo lo que conozco de él son obras maestras indiscutibles en todos los géneros musicales. Antes de que supiese siquiera el  nombre de su autor, durante la infancia, ya amaba las notas de ensueño de aquel cuento didáctico orquestal de Pedro y el lobo. Ya en mis años mozos di por un afortunado azar con un estuche que contenía  compactos con sus sonatas para piano; y a partir de entonces he atesorado todo lo que he sabido compuesto por Sergei.


 Prokofiev vio la luz por vez primera  en un pequeño poblado de Ucrania, entonces bajo dominio de la extinta Unión Soviética. Sus muy tempranas muestras de talento musical hacían pensar en un Mozart eslavo:  con apenas  unos cuantos años de vida ya había esbozado algunas piezas de valía. Dado que su inspiración le venía con frecuencia de algunas modernas corrientes europeas (sobre todo francesas) fue acerbamente atacado por los defensores del nacionalismo ruso. Por esta razón, quizás,inició una serie de viajes y giras por todo el continente, Japón y los Estados Unidos, fijando su residencia un tiempo  en la capital cultural de entonces: Paris. Ahí conocería a otros artistas en exilio y enriquecería  su experiencia y poder creativo al encontrarse con el zar de Los ballets rusos,  Sergéi Diágilev. De esa época datan auténticas joyas como El amor de las tres naranjas y El ángel de fuego. A su regreso a la patria, Sergei continuó componiendo en un estilo vanguardista y atrevido que chocó con las normas dictatoriales del llamado "realismo socialista", que exigía a los artistas ceñirse a unas reglas de composición que produjesen obras fácilmente asimilables para el hombre llano. De esos días podemos destacar páginas grandiosas  para el cine tales como "Iván el terrible" y "Alexander Nevsky", y el divertidísimo "Teniente Kijé". Muere el gran músico en Moscú el mismo día que el nefando  Stalin (malditas ironías de la vida).

¿Qué podríamos decir de su música inefable? Casi todos los rusos, pese a su brutalidad y carácter taciturno, poseen casi íntegro el carácter infantil. Prokofiev no fue la expeción, este enfant terrible de la música del siglo XX se complacía enormemente con sus continuas vaciladas musicales; jugaba con las estridencias de la orquesta y las resoluciones más inesperadas, dejando no pocas veces patidifuso a su auditorio. Pero al mismo tiempo poseía tal candor; una imaginación musical portentosa y una capacidad melódica y de expresión que ha dejado muchos momentos de gozo celeste en sus partituras. Reímos a carcajadas con su arte, comprendemos -si aún tenemos el alma pueril- algunos de sus guiños inocentes y maliciosos; admiramos su supremo virtuosismo en sus dos concerti para violín, en los cinco para piano, y en sus sonatas para este último instrumento; nos estremecemos con el lirismo de Romeo y Julieta, y conseguimos ver más allá de lo humano en la experiencia extática de Renata en El ángel de fuego.

Prokofiev es un compañero imprescindible para todo melómano que ame el arte puro y espiritual.


miércoles, 19 de enero de 2011

Remembranzas de Tijuana: Ars Populi

Recuerdo de mis días en Tijuana, frontera la más transitada, un acontecimiento como dudo haya uno semejante en cualquier otra parte del mundo. La cita es anual,  en una de las colonias más populares de aquel municipio,   un barrio cuyo nombre suena a sarcasmo puro, pues si en algún lado el hombre se esclaviza más a los vicios y a las malas condiciones sociales, es en La Libertad.

Ahí pues se da La Ópera de la Calle, o el Operatón como se la conoce coloquialmente  en una clara paráfrasis del infame "Telezión". El objetivo principal es, en confesión de la propia coordinadora del evento Teresa Riqué, "el acercar a la gente común a esta manifestación artística"; pero al propio tiempo, hay evidentemente un interés pecunario de procuración de fondos para sacar adelante las temporadas de ópera de la localidad y continuar así con su promoción.


Siempre he sostenido que el arte real y perenne es por  esencia de naturaleza aristocrática; así al menos lo han reconocido muchos de los grandes pensadores y creadores en la historia de la cultura; es por esto que Ópera de la Calle me ha resultado siempre chocante, aunque eso sí bastante divertida.


El aparato publicitario es amplio y considerable; los medios locales dan amplia difusión con días de antelación al Operatón y exhortan al auditorio a cooperar con él. Para cuando éste comienza ya se han instalado a lo largo y ancho de la mentada Libertad, en babilónica confusión,  incontables  puestos de antojitos, bebidas embriagantes, souvenirs, artesanías, talleres de artes,  y de difusión de la pretendida cultura local. Una infinidad de sillas de plástico, de las llamadas "cerveceras", son colocadas frente a una plataforma escénica que mucho tiene de transitorio e improvisado, como la  ciudad misma. Los autos afluyen desde todos los puntos hasta abarrotar el último rincón "libre" de la colonia; corren en profusión ríos de gente para desesperación de los que llegan demasiado tarde y se sienten como en una avenida pequinesa, empujados por la gran multitud en una dirección incierta.

Ahora que me encuentro bastante lejos de esa querida Tijuana de mis andanzas, recuerdo una muy divertida anécdota  ilustrativa de este evento particular. Sucedió hacia el final del mismo, tras algunos números de música y danza étnica,  cuando vino el plato fuerte de la noche,   la presentacion callejera de la eterna Madama Butterfly (bastante recortada, adaptada y mutilada por obvias razones prácticas), con una excelente Encarnacion Vázquez dandole carne a la infortunada Cio- Cio -San, y un Pinkerton bastante estúpido y anodino, llevando este drama a las atónitas masas con un rústico sistema de altavoces y micrófonos, cuyas fallas y chirridos constantes me hicieron maldecir en voz alta un par de veces, pues ya me hallaba lo suficiente a tono con las cervezas consumidas y el tenor de la obra (ambos, cantante y asunto). Con todo, la cosa pudo avanzar hasta el conocido e impresionante harakiri ... pero en el  momento en que la japonesita daba fin a su mísera existencia, uno de los micrófonos captó clara y distintamente  la voz de un ingenuo espectador exclamar "¡ay en la madre!". Este ex abrupto naturalmente provocó de inmediato la hilaridad de todo el público en el preciso instante  que se reclamaba de él la mayor seriedad y concentración escénica. Mas tarde, después de algunas pausas, tocó el turno de callejear a esa otra joya pucciniana imperdible de la Bohème. Aunque ya para entonces  la plebe manifestaba  su irreverencia e impaciencia como suele hacerlo en estos casos, pudo comenzar la segunda obra  con una muy mexicana puntualidad de casi dos horas después de lo señalado en el programa manual.

Tan artística velada hubo de clausurarse literalmente con broche de fierro, pues una enorme estructura de este metal se desprendió cayendo ante la incrédula mirada del respetable, llevando la tragedia del escenario a lo real, y sembrando la más espantosa confusion entre los cientos de concurrentes.

Lo anterior  lleva a plantearse una vez más la eterna cuestion: el Arte, ¿debe ser en general elitista o popular? ¿Es lícito ofrecer al vulgo de entrada  fragmentos "fáciles" que asimile al menos en la superficie, en un  proceso de educacion de su sensibilidad, que le lleve gradualmente a mayores conquistas estilísticas? O bien, ¿no es lo mejor el presentarle definitvamente sólo los bocados que puede tragar, vedándole para siempre los grandes trozos, materia únicamente para los entendidos y especialisas?
Dejo abierto el debate sin aportar más de mis opiniones y juicios de valoración.

domingo, 16 de enero de 2011

El Escritor de la Semana: Ovidio


Supongamos que la Historia tuviera, como se ha pretendido, un rostro y una conciencia. Digamos que un día  la encontramos de buenas y dispuesta a responder a cualquier cosa; entonces le preguntamos: "¿has visto alguna vez a los hombres dichosos, contentos con sus gobernantes y sometidos de grado al yugo de la ley, en paz y sin altercados prosperando y sin los bolsillos tísicos?" Como este ente es femenino y sensible y es dada un poco a las idealizaciones, quizás la veríamos con la mirada ausente por unos segundos; luego contestaría tras de un hondo suspiro : "sí, fue en la península itálica, en Roma, bajo el reinado del gran Augusto, la época dorada de  aquel país"... Y nosotros no podríamos por menos de estar de acuerdo con ella...aunque parcialmente.


Ya que fue bajo el régimen del sobrino del infortunado César que la gran Bota alcanzó lo que anhlera desde hacía tanto tiempo: el fin de las luchas intestinas, el orden, la paz, y el progreso en todos los órdenes políticos y culturales, con el gobierno de un sólo hombre hábil y capaz de llevar adelante la nave del Estado, del Imperio más grande y formidable de todos los tiempos. Fue en esta época gloriosa de la Humanidad que las letras romanas alcanzaron su apogeo, con los clásicos eternos como Virgilio, Horacio y Ovidio. Desde este último nos ocuparemos hoy en esta entrada.

Su nombre completo era Publio Ovidio, apodado Nasón (seguramente porque era demasiado chato). Algún poeta inglés isabelino llegó a decir que el "alma ingeniosa de Ovidio" vivía en el dulce y  alado  Shakespeare, y le asistía razón, porque este grandísimo escritor latino, lo mismo que el Cisne de Avon,  tuvo una agudeza e inventiva como pocos creadores han poseido. Nació en Sulmona, provincia cercana a Roma, y provenía de una ilustre y antigua familia. En sus primeros años le fue proporcionada una cuidadosa educación, sobre todo en Retórica, a fin de que aspirase algún día a una carrera política de importancia. Pero el buen Narigón no se sintió para nada atraido por la aspiración a los honores sino más bien por las musas poéticas, que ya coqueteaban con él desde una edad temprana... y también por las de carne y hueso, pues en su juventud tuvo infinidad de amores y amantes.

Nunca lograría  satisfacer el anhelo paterno: en vida sólo alcanzó un cargo de poca monta; en cambio sí se forjó  una enorme reputación literaria en Roma. Esto sería a la postre la causa aparente  de su desgracia, más que de sus alegrías. Parece ser que la sociedad de Augusto no estaba exenta del vicio nefando de otros grandes pueblos: la mojigatería. Las obras de Ovidio, como el Ars Amatoria,  eran de una enorme vitalidad, y como contenían dichos y sentencias de gran libertad, los bienpensantes se escandalizaron grandemente. Así el Emperador decidió deshacerse del poeta mandándolo a un irrevocable destierro en Tomis (hoy Rumania). Ahí viviría hasta el fin de sus días sumido en una negra melancolía. Se unió de ese modo al cortejo de los grandes espíritus que han tenido que abandonar su patria por haberse atrevido a llamar a las cosas humanas por sus nombres reales y no por imposturas. La conclusión obligada es que nada es perfecto en este mundo.

La obra más grande de Ovidio son "Las Metamorfosis", ambiciosísimo poema en el que describe en versos excelsos la historia de todas las transformaciones, explicando los remotos orígenes del mundo en las tinieblas del Caos, y llegando hasta los hechos y hombres contemporáneos a él. Es una enciclopedia de toda la mitología de la cultura grecolatina,  que fijó su canon definitivo en el mundo occidental y tuvo una influencia incalculable en escritores y pensadores posteriores. También debemos destacar el Arte de Amar, bellísimo poema en que exhorta a los jóvenes a entregarse libremente y sin prejuicios a los placeres de Venus, bajo una guía inteligente que él mismo pretende ofrecer para conquistar de forma definitiva al objeto de amor; "Los Amores", mordacísimos epigramas que adquieren diversos registros según el estado anímico, dirigidos casi todos a una amante quizás imaginaria, Corina; y las Herodias, supuestas epístolas redactadas por las heroinas de la mitología a sus amados ausentes.

Dejamos algunos fragmentos de estos escritos  cínicos y licenciosos del buen Ovidio, autor por el que sentimos una gran simpatía.

De Amores, Libro Segundo, IV (tomado de Wikisource)

Yo no me atrevo a defender mis relajadas costumbres, ni a esgrimir las armas de la falsedad en pro de mis vicios: los confieso, si de algo aprovecha declarar las propias culpas; los confieso y sigo como un loco aferrado a mis extravíos: los odio, y aun deseándolo, no puedo ser otro del que soy. ¡Qué pesado, soportar la carga que uno quisiera echar de los hombros! Me faltan las fuerzas para dominarme a mí mismo, y me dejo arrastrar como barco impelido por rápida corriente. No subleva mis pasiones una sola belleza; son muchas las que me obligan siempre al amor. Si una doncella baja en mi presencia modestamente los ojos, me inflamo, y su pudor se convierte en el enemigo de mi tranquilidad. Si la otra se presenta provocativa, me subyuga, porque su resolución alienta la esperanza de mil placeres en el blando, lecho. Si veo una intratable que imita la rigidez de las Sabinas, pienso que sabe querer y disimula con orgullo lo que quiere. La que juzga los versos de Calímaco sin primor, comparándolos con los míos, revela que le gusto, y bien pronto ella me rendirá a su vez; la contraria que reniega del poeta y sus versos, no me ofende, antes desearía yacer al lado de la que así me maltrata. Anda con aire diligente, y me cautiva con sus andares; tiene duras las facciones y no, me importa, ya se suavizarán al contacto del varón. Ésta me fascina por su voz dulcísima que emite sin ninguna violencia, y quisiera estampar mis besos en su boca deliciosa; aquélla recorre con sus ágiles dedos las vibrantes cuerdas de la lira, ¿y cómo dejaría de amar tan hábiles manos? Me sorprende la bailarina que agita los brazos a compás, por el arte insinuante, con que tuerce su cuerpo lascivo; y no se hable de mí que me inflamo por la menor causa, póngase ante ella Hipólito, y se convertirá en Príapo. Tú igualas con esa arrogante estatura a las antiguas heroínas y puedes cubrir con tu cuerpo un lecho espacioso, y tú me vences por lo diminuta: las dos me encadenáis, las dos, alta y baja, convenís a mis gustos. Es algo negligente, ¿y qué puede añadir el ornato a su belleza?; se ofrece ataviada con lujo, y brilla su espléndida distinción. Me domina la blanca lo mismo que la morena; en las de cutis obscuro no son menos gratas las delicias de Venus. Si los cabellos de ébano le caen sobre la garganta de nieve, recuerdo que la hermosura de Leda consistía en su negra cabellera; si son rojos, que la Aurora sacude sus cabellos de color de azafrán, y me adapto por igual a todas las historias. Una novicia me atrae, una de edad madura me sugestiona; aquélla por sus carnes frescas, ésta por lo que sabe; en fin, que mi amor ambicioso quisiera llamar suyas a todas las bellezas que se admiran en la ciudad.

De "El Arte de Amar", Libro I.
¡Un verdadero manual de seducción!

Si alguien en la ciudad de Roma  ignora el arte de amar, lea mis páginas, y ame instruido por sus ver­sos. El arte impulsa con las velas y el remo las lige­ras naves, el arte guía los veloces carros, y el amor se debe regir por el arte... Éste en verdad es cruel (Amor), y muchas veces experimenté su enojo; pero es niño, y apto por su corta edad para ser guiado... Quirón fué el maestro de Aquiles, yo lo seré del amor: los dos niños temibles y los dos hijos de una diosa. No obstante, el toro dobla la cerviz al yugo del arado y el potro generoso tiene que tascar el freno; yo me someteré al amor, aunque me destroce el pecho con sus saetas y sacuda sobre mí sus antorchas encendidas.
…. La experiencia dicta mi poema; no despreciéis sus avisos saludables: canto la verdad. ¡Madre del amor, alienta el principio de mi carrera! ¡Lejos de mí, tenues cintas, insignias del pudor, y largos vestidos que cubrís la mitad de los pies! Nosotros cantamos placeres fáciles, hurtos perdonables, y los versos correrán limpios de toda intención criminal.
Joven soldado que te alistas en esta nueva milicia, esfuérzate lo primero por encontrar el objeto digno de tu predilección; en seguida trata de interesar con tus ruegos a la que te cautiva, y en tercer lugar, gobiérnate de modo que tu amor viva largo tiempo. Éste es mi propósito, éste el espacio por donde ha de volar mi carro, ésta la meta a la que han de acercarse sus ligeras ruedas.
Pues te hallas libre de todo lazo, aprovecha la ocasión y escoge a la que digas: «Tú sola me places.» No esperes que el cielo te la envíe en las alas del Céfiro; esa dicha has de buscarla por tus propios ojos. El cazador sabe muy bien en qué sitio ha de tender las redes a los ciervos y en qué valle se esconde el jabalí feroz. El que acosa a los pájaros, co­noce los árboles en que ponen los nidos, y el pescador de caña, las aguas abundantes en peces. Así, tú, que corres tras una mujer que te profese cariño perdurable, dedícate a frecuentar los lugares en que se reúnen las bellas. No pretendo que en su persecución des las velas al viento o recorras lejanas tierras hasta encontrarla; … pues Roma te proporcionará lindas mujeres en tanto número, que te obligue a exclamar: «Aquí se hallan reuni­das todas las hermosuras del orbe.» Cuantas mieses doran las faldas del Gárgaro, cuantos racimos llevan las viñas de Metimno, cuantos peces el mar, cuantas aves los árboles, cuantas estrellas resplandecen en el cielo, tantas .jóvenes hermosas pululan en Roma, porque Venus ha fijado su residencia en la ciudad de su hijo Eneas.
Si te cautiva la frescura de las muchachas adoles­centes, presto se ofrecerá a tu vista alguna virgen candorosa; si la prefieres en la flor de la juventud, hallarás mil que te seduzcan con sus gracias, viéndote embarazado en la elección; y si acaso te agrada la edad juiciosa y madura, créeme, encontrarás de éstas un verdadero enjambre.




lunes, 10 de enero de 2011

El Rincón del melómano: Bach, Suites para Laúd

Toca el tiempo ahora de compartir con todos Uds. algunas de las obras musicales más grandes de todos  los tiempos. He seleccionado esta vez pensando en un camarada muy estimado, el cual nos es inconcebible sin su lira y una devota y muy poética concepción de la vida, un  compacto con las cuatro suites para laúd solo, del gigantesco Johann Sebastian Bach. El disco pertenece al clásico sello amarillo germano DG (Deutsche Gramophon), que casi siempre es garantía de altísima calidad interpretativa.


Éstos son trabajos que requieren tan sólo una breve introducción para su mejor inteligencia.

 Hablar de Bach hoy como un "compositor para guitarra", sería un desatino terrible, pues jamás concibió- que se sepa- una sola obra para este instrumento; en cambio sí lo hizo para el clave y el laúd, este último pariente muy cercano a la guitarra española, de cualidades tímbricas y sonoras semejantes a las de ésta( razón por la que con frecuencia se transcriben antiguas partituras de laúd para esta última).
La primera de las suites aquí incluidas, sí fue pensada para el  laúd; del resto se cree que iban destinadas a otros instrumentos, no especificados en la partitura.

Comoquiera que sea, la música de Bach posee una cualidad intrínseca de atemporalidad y valores universales que hacen que muchas de sus grandes creaciones alcancen su entera plenitud no importando el vehículo sonoro que se elija.Es por eso que no hay inconveniente alguno en disfrutar de estas manjares celestes, ya sea en guitarra, ya en piano, teclado...o lo que se dé como posible.

 La ejecución es  a cargo del sueco Göran Söllscher. Si de pronto les suena a rasgueos de guitarra... es por cuestiones familiares, recuérdenlo bien, y también porque el intérprete es un guitarrista eximio que posee un instrumento  especial de once cuerdas, el cual  le permite acometer y superar éxitosamente todas las dificultades técnicas exigidas por estas obras.

Abajo los enlaces para descargarse estas joyas


http://www.4shared.com/file/UUPgvrPq/4_suiten_fr_lautepart1.html

http://www.4shared.com/file/1pJxbFTR/4_suiten_fr_lautepart2.html


Ésta es la lista completa de las pistas

Suite en sol menor BWV 996

01. Preludio. Passaggio-Presto
02. Allemande
03. Courante
04. Sarabande
05. Bourrée
06. Gigue

Suite en do menor BWV 997

07. Preludio
08. Fuga
09. Sarabande
10. Gigue Double

Suite en sol menor BWV 995

11. Prélude
12. Allemande
13. Courante
14. Sarabande
15. Gavotte I-II en Rondeau
16. Gigue

Suite en mi bemol mayor BWV 1006a

17. Prélude
18. Loure
19. Gavotte en Rondeau
20. Menuet I-II
21. Bourrée
22. Gigue

Que sea de deleite para todos nuestros amigos guitarristas o melómanos.


sábado, 8 de enero de 2011

RÉQUIEM POR LOS MILES

“no mamen!!!!!!!!!!! que Jack el destripador ni que la chingada estos güeyes estan mas locos, pinches enfermos, bestias, ya no se sabe ni como llamarles como pueden tener la sangre tan fria de hacer estas pendejadas, como pueden comer o dormir despues de hacer esta clase de atrocidades? que horror!!!!!!!!!! “(sic)
Escrito por un joven internauta sensible a las cosas de su tiempo.
Puede parecer extraño que intercale esta entrada entre otras que tratan de temas mucho más gratos y amables al espíritu. Pero como me considero un intento de humanista, siento como un deber moral el llevar mi mirada hacia estas cosas, tratando de asignarles el sitio que deben ocupar, del modo más desprejuiciado posible. Mi valor y mi decisión se fortalecen al recordar ahora el ilustre ejemplo de un excelso Desterrado, a quien le tocó vivir en una época acaso tanto o más bárbara y atroz que la nuestra; quien, aunque fue el poeta por antonomasia, capaz de dialogar con las inteligencias del Empíreo, no temió descender a las profundidades más lóbregas del Tártaro, cuando quiso que su Verbo divino nos aleccionase acerca de las humanas locuras y descarríos.
Los anales de la historia nacional contemporánea comienzan, coincidentemente a partir de la declaratoria de guerra calderoniana, a hablar más y más acerca del Narco. En todos los medios de comunicación y redes sociales se ha incrementado a la fecha, en proporción verdaderamente geométrica, la frecuencia de aparición de notas relacionadas con este problema y sus hechos truculentos. Ya no son sólo las crónicas escandalosas para rellenar la nota roja, casos aislados para satisfacción de nuestro morbo étnico en folletines estilo “Alarma”; sino que  saltan ya a la primera plana de todos los diarios, revistas y gacetas (esto donde la censura de ese poder siniestro no ha impuesto el veto de publicación). El Mal parece haberse instalado, mal que nos pese, en la vida mexicana y sus principales instrumentos comunicativos.
Y cuando hablo de “Mal” no pienso precisamente en una metáfora, sino que comienzo ya seriamente a cuestionarme acerca de su existencia fáctica. Sí, porque lo que no han conseguido juntos en años la Biblia y sus secuaces católicos, protestantes y anexos, lo ha logrado taumatúrgicamente el poder de la mafia: hacerme creer en la personalidad del Maligno. Suena a risa, pero mientras escribo esto ya me ha recorrido un estremecimiento la médula. Pareciera que una Inteligencia oscura, ubicua y omnisciente, que vela de noche y de día en todo momento, nos acecha desde un reducto oscuro, pendiendo sobre todos nosotros, inocentes o no, lista para hacernos saborear en cualquier momento su perversidad y  sus alcances. Es un ente espantoso que ora puede estar en un bar fronterizo fusilando a diestra y siniestra a los parroquianos; ora cercenando cabezas de niños, mutilando sus genitales y desollando la piel de sus caras; ora recreando el paso de los conductores con cuerpos que acaba de colgar en los puentes viales; ora corrompiendo a las autoridades de todos los órdenes y niveles: políticas, policiacas… e incluso eclesiásticas, obligándolas a “alinearse” con él, por la buena… o por las malas. Para él Derechos Humanos y sus activistas sólo son molestas cucarachas que hay que despachurrar en cuanto asomen y amenacen con tener alguna voz; y las condenas, por más “enérgicas” que resulten, sólo ruidos molestos que hay que acallar a la primera oportunidad. Este engendro parece ser el abominable cefalópodo de las profundidades cósmicas que se invocaba en las obras de Lovecraft, pues aunque no lo vemos podemos sentirlo perfectamente hoy: de dimensiones prodigiosas, su olor nauseabundo ya nos llega a las narices, sus innumerables tentáculos (que ya se extienden según se sabe incluso hasta Afganistán) parecen agitarse ya a unos cuantos centímetros de nosotros. Dios, si existe, se apiade de nosotros.

Más de 30,000 (documentados) y los miles que seguramente se agregarán este año. Algunos no han tenido siquiera vela en el entierro (en unos casos literalmente porque deben yacer  a la espera de su piadosa exhumación de una de tantas “narcofosas” ignotas que abundan en el país); no pocos, apenas unos pequeñines que fueron seducidos por el oro o intimidados y empujados a ello bajo horribles amenazas. Ahora de buena gana maldijera al enanito calvo que inició todo esto, sino fuese porque en su momento le otorgué el beneficio de la duda y un voto de confianza, y deseo ser congruente ahora con todo ello; además, no podemos endilgarle la culpa de una situación que, si uno se detiene paciente y objetivamente a analizar, no ha sido precisamente causada por el desafío del Estado.
A todos los que se han ido como consecuencia de estos hechos, Lux Aeterna.

viernes, 7 de enero de 2011

EL ESCRITOR DE LA SEMANA: François Rabelais


A partir de hoy comenzaremos a consagrar un espacio semanal a la vida y obra de todos aquellos bribones geniales de las letras, cuyos libros tenemos marchitos y más manoseados que furcia, esos autores definitivos que de buena gana invitaríamos a acompañarnos a la famosa “isla desierta”.
Toque el honor de abrir la sección a un beodo más caro a  mí que cualquier otro compinche de parrandas y embriagueces que haya tenido: François Rebeláis.
A él lo conocí en el último año de la secundaria. Nuestra maestra de español era una mujer más fea que patear el culo papal,  que gustaba de descargar sus penas y frustraciones con sus educandos, por eso  nos endilgaba  las lecturas más pesadas e insulsas de que tenga recuerdo, el infalible Don Quijote entre ellas.
Sí. Quien diga que este libro es tan entretenido que se puede leer de un tirón, merecería que le rebanen la de oler y se la introdujeran… en cierta parte morena, por embustero. Porque aunque no negamos que la obra en cuestión es grande y cuenta con arquetipos y situaciones memorables, lo cierto es que el conjunto en general es anacrónico, caduco, seco y bastante denso, dificultándose con ello  el que las nuevas generaciones puedan digerir el mensaje cervantino. Es por esta razón, y no por un mero afán de síntesis, que algún alma compasiva sacó a la luz las conocidas versiones abreviadas del Ingenioso Hidalgo.
Creo que nos hemos desviado un poco. Pues bien. Resulta que la mentada profesora me “tronó como chinampina” sin más ni más porque me rehusé categóricamente a leer la obligada versión original del clásico de clásicos. Fue entonces que en revancha me propuse en lo sucesivo no volver a leer nada que remotamente tuviera que ver con la apestosa y vetusta Castilla. Un día  en la salita de lectura escolar (no era propiamente una biblioteca) vi un estante donde brillaba el lomo de un libro que parecía no haber sido nunca hojeado por nadie desde que se inaugurara el sitio. Con cierta curiosidad instintiva lo extraje y me puse a considerarlo un poco. “Gargantúa y Pantagruel, Colección Sepan Cuántos, Editorial Porrúa…”, decía. Ya con abrir las primeras páginas me encontré con una frase luminosa que no he abandonado jamás: “mejor es de risa que de llanto escribir, porque lo propio del hombre es reír”. Nuestras letras son lacrimosas, aunque nos la damos de bien machitos en estas tierras, lo cierto es que somos bien pinches chillones y nos encanta hacerlo a moco tendido. Por lo que encontrarme de pronto con una obrita que me daba tan riente bienvenida, “vivid felices”, era como la invitación a un mundo luminoso como no había conocido hasta entonces. El prólogo ya me informaba que esas andanzas gargantuescas habían  sido escritas por uno de los espíritus más grandes del Renacimiento europeo, un doctor, teólogo, jurista, novicio franciscano, buen bebedor…, un hombre universal en una palabra, de los que la época fue tan pródiga. Un ingenio a la altura de Shakespeare o el mismo Cervantes. Nacido en la provincia francesa de Chinón, lugar de hermosos viñedos y excelentes vinos que tan bien supo cantar en sus crónicas inmortales. De él se contaban infinidad de anécdotas, a cual más divertida y bufonesca acerca de su carácter y modo de vida.
Ya bien a gusto y en confianza como en casa por el tono dulcemente paternal del autor, comencé a notar desde los primeros capítulos que la Inquisición, la censura y el pudor victoriano no tenían cabida en la obra rabelesiana. Los dichos salaces, las ocurrencias obscenas, los ex abruptos, las escenas grotescas manaban ahí a borbotones, para deleite de mi heredada picardía nacional. Lo que no había sucedido antes ni con las vulgares historietas escatológicas que a escondidas había hojeado, ocurría milagrosamente con estas crónicas: reía a carcajadas hasta descojonarme. Leía y volvía a releer y no podía detenerme hasta no averiguar en qué iría a parar todo esto. Y en menos de lo que pude darme cuenta había llegado ya al fin de los cinco inmortales libros que conforman las correrías y bacanales del buen Gargantúa y su hijo Pantagruel. Hecho increíble si se atiende a que la extensión de estas “espantosas e inestimables” aventuras es aproximadamente la de las dos partes del mentado hidalgüelo.
La trama de la obra gira más o menos en torno a lo siguiente. Primer libro,  Gargantúa es un gigante del linaje de aquellos que según las fábulas bíblicas poblaron la tierra en tiempos antediluvianos. Rabelais se presenta al principio  como un anónimo sirviente de la casa real gargantuesca y al mismo tiempo como traductor de las crónicas, es el autor pues. Capítulo con capítulo nos va narrando jocosamente todo lo relacionado con el nacimiento singular, deliciosa infancia dorada (comer, jugar y domir, dormir, comer y jugar…), educación  e índole de su  señor Gargantúa. A veces  puede parecer que se trata realmente de un coloso terrible como el Polifemo homérico (en realidad es bonachón como un pan y excelente camarada); pero otras lo sentirán por obra de la alquimia literaria deambulando por el suelo a la par de ustedes. En esto no hay ambivalencia alguna: Gargantúa es persona y símbolo a la vez, es un modelo perfecto del caballero, del hombre ilustrado y humanista del Renacimiento, y el amigo a toda prueba y fiel que todos deseamos encontrar (el libro es una auténtica oda a la amistad). Pero también es una glorificación suprema del cuerpo y sus apetitos, sin excluir nada, un rotundo sí a la vida y todos los placeres que lleva aparejados (no en vano es un monumento de las letras y la cultura de la France). Es por esto que no debe sorprendernos ni por asomo el hecho de que en estas páginas se hable de mierda, vómito y demás secreciones con una devoción verdaderamente religiosa. El segundo libro (en realidad es el primero escrito por Rabelais) cuenta a su vez las andanzas de Pantagruel, el hijo de Gargantúa. Este gigantón se rodea de una corte de pícaros y bebedores, entre los que destaca el  buen Panurgo, un granuja redomado y cobarde como un pollo, que conoce mil remedios, a cual más honesto,  para curarse de esa horrible pandemia inmemorial llamada “ sin dinero duele mucho”. El libro tercero, el cuarto y el quinto fueron añadidos por sugestión de todos los amigos de Rabelais (los entendemos perfectamente), quienes le instaban sin cesar a que continuara con estas deliciosas aventuras. Tratan de los viajes que emprende por mar Pantagruel con su gente para llegar al oráculo de la Divina Botella, ¡y todo  para que ésta devele  por fin el gran enigma que los ha atormentado a todos, si a  Panurgo lo harán cornudo cuando se case!
Encontramos tantas cosas buenas y virtudes en estas amadas crónicas, que nos es imposible el enumerarlas todas aquí. Nuestro querido Rabelais hacía falso el dicho ese que “de lo bueno poco”, pues en sus odres “hay mucho y de lo realmente bueno”.  Ahí encontrarán, por ejemplo,  una manera divertida de fundar nuevas órdenes religiosas, un vocabulario escolar inmenso a fuerza de repetir mil y una clases de cojones diferentes, historias  hilarantes hasta el delirio, hechos picantes, una sana y divertida crítica de las sociedades oscurantistas, así como recetas para superar felizmente el pesar y la odiosa melancolía. Este libro es luz y una verdadera Biblia de la vida. Por eso lo hemos hecho tan nuestro.
Les dejamos como pequeña muestra de todo lo dicho, un capítulo chocarrero, extraído de Gargantúa. Espero sirva de invitación a conocer la obra entera. Y si no se ríen a carcajadas… es que de plano no están vivos. Salud y felicidad en este principio de año.
Capítulo XIII
De cómo reconoció Grangaznate, por la invención de un limpiaculos, la inteligencia maravillosa de Gargantúa.

Hacia finales de su quinto año, Gargantúa fue visitado por su padre Grangaznate, que regresaba de destruir a los ganarrios. Y regocijóse tanto como pueda hacerlo un padre así al ver a un hijo suyo así; luego, al tiempo que lo besaba y abrazaba, interrogábalo sobre algunos asuntillos pueriles de varia suerte. Y bebió mano a mano con él y sus ayas, a las cuales preguntaba con gran tiento, entre otras cosas, si lo habían mantenido blanco y limpio. A lo que respondió Gargantúa que ya él había dado órdenes para que en todo el país no hubiese muchacho más limpio que él.
-¿Y eso cómo? -dijo Grangaznate.
-He inventado -contestó Gargantúa-, tras luenga y curiosa experiencia, el medio más señorial, más excelente, más expeditivo que jamás se viera para limpiarme el culo.
-¿Cuál es? -intervino Grangaznate.
-El que os voy a contar ahora:

Me limpié una vez con el rebozo de velludo de una doncella y hallélo bueno, pues la molicie de su seda me causaba en el fundamente una voluptuosidad muy grande;otra vez con una caperuza de las de ellas, y fue lo mismo;otra vez con una bufanda;otra vez con unas orejeras de raso carmesí, mas los dorados de un montón de esferas de la mierda que tenían desolláronme todo el trasero. ¡Mal fuego de San Antonio le queme la tripa cular al orfebre que las hizo y a la doncella que las llevaba!
Este dolor pasó limpiándome con un gorro de paje bien emplumado a la suiza.
Después, haciendo de vientre detrás de unas matas, encontré un gato marzal y limpiéme con él, mas exulceráronme sus zarpas todo el perineo.
De eso curé al día siguiente, limpiándome a los guantes de mi madre, bien perfumados con aromas de Conejera.
Después me limpié con salvia, con hinojo, con eneldo, con mejorana, con rosas, con hojas de calabaza, con repollo, con remolacha, con pámpanos, con malvavisco, con verbasco (que deja el culo escarlata), con lechugas, con hojas de espinaca (todo lo cual hízome mucho bien para la pierna), con mercurial, con hojas de alberchiguero, con ortigas, con consuelda, más agarré una cagalera lombarda de la que curé limpiándome a la bragueta.
Después me limpié a las sábanas, al cobertor, a las cortinas, a un cojín, a una alfombra, a un tapiz verde, con un paño de cocina, con una toalla, con un pañuelo, con un peinador. Con todo sentí más placer que un sarnoso cuando lo rascan con una almohaza.
-Bien, pero ¿cuál de esos limpiaculos te pareció el mejor?
-En ello estoy -dijo Gargantúa-, y pronto sabréis el tu autem. Limpiéme con heno, con paja, con estopa, con borra, con lana, con papel. Mas
Deja siempre en sus cojones documento
quien con papel se limpia el fundamento.
-¡Cómo, cojonudito mío! -intervino Grangaznate-, ¿le has pegado a la bota para pegarle ya a las rimas?
-Claro que sí, mi rey y señor, rimo tanto y más; y, al rimar, a veces se me arrima un catarro. Escuchad lo que a los que están ensuciando cuentan nuestras coplas:
Cerdo cagajoso,
pedorro de mierda,
tus tocinos pringosos
de cisco nos llenan,
cochino cotroso.
¡Mal fuego te prenda,
marrano asqueroso,
si al punto de acabar,
dejas el culo de limpiar!

-¿Queréis que siga?
-Sí, claro.
-Entonces -dijo Gargantúa- escuchad este rondel:

Cagando, sentí, un día de enero,
la sucia renta que al culo debo,
mas su olor no fue el esperado,
pues quedé de cisco perfumado.
¡Ojalá alguien hubiera acertado
a traerme a ésa que yo espero,
cagando!

Entonces le habría yo atorado
con el as de bastos el úrico agujero;
ella mientras tanto con el dedo
me habría el ojal de mierda preservado,
cagando.

¡Decid ahora que no sé nada! Por la mar de tal, no las he hecho yo, pero, al oírselas recitar a esa dueña mayor que ahí veis, las he retenido en el morral de mi memoria.
-Volvamos a nuestro asunto -dijo Grangaznate.
-¿A cuál? ¿Cagar? -preguntó Gargantúa.
-No, a lo de limpiarse el culo.
-¿Pagaréis un bocoy de vino bretón si os dejo pasmado hablando de ese asunto?
-Ciertamente sí -asintió Grangaznate.
-Sólo es necesario -continuó Gargantúa- limpiarse el culo si hay inmundicia; no puede haber inmundicia si no se ha cagado; luego es menester cagar antes, para limpiarse el culo.
-¡Oh, qué muchachito tan listo! -exclamó Grangaznate-. Uno de estos días mandaré que te hagan doctor en Gaya Ciencia, ¡por Dios!, pues tienes más razón que años. Pero sigue con tu discurso limpiaculosófico, por favor. Y, ¡por mis barbas!, en vez de un bocoy recibirás sesenta pipas, entiéndase de ese buen vino bretón, que no crece en Bretaña, sino en el buen país de Verrón.
-Limpiémelo después -continuó Gargantúa- con una toca, con una almohada, con una chinela, con un morral, con un cesto -mas es por cierto un limpiaculos muy desagradable-, después con un sombrero. Y tened en cuenta que, en cuestión de sombreros, los hay con pelo, los hay sin pelo, los hay de velludo, de tafetán, de raso. El mejor de todos es el de pelo, porque hace muy buena abstersión de la materia fecal.
Después me limpié con una gallina, con un gallo, con un pollo, con la piel de un becerro, con una liebre, con un pichón, con un cormorán, con un bolso de abogado, con una muceta, con una cofia, con un señuelo.
Mas en conclusión digo y mantengo que no hay limpiaculos mejor que un gansito de fino plumón, con tal que se le sujete la cabeza entre las piernas. Creedme por mi palabra de honor. Pues sentís en el agujero del culo una voluptuosidad mirífica, tanto por la suavidad de su plumón como por el calor templado del propio ganso; voluptuosidad que se comunica fácilmente a la tripa cular y demás intestinas, hasta llegar a las regiones del corazón y del cerebro. Y no penséis que la bienaventuranza de los héroes y semidioses que están en los Campos Elíseos consista en su asfódelo, ambrosía o néctar, como dicen por aquí las viejas. Según mi opinión, es debida a que se limpian el culo con un gansito, y tal es también la opinión de Micer Juan de Escocia.

lunes, 3 de enero de 2011

Goethe versus Cervantes (con el perdón de la golilla de este último)









Uno de los días más aciagos, golpe terrible del que aún no consigo recobrarme, el de aquella histórica semifinal en la pasada Copa del Mundo. Ver caer a un coloso como Deutschland, con una trayectoria gloriosa – prácticamente sin solución de continuidad-, inspiradora y digna de toda admiración, vaya que me resultó doloroso.
Sí, ya sé que ahora más de uno estará pensando que estas líneas han sido redactadas por uno de tantos hinchas fanáticos del balompié, y que no se debe tomar tan  en serio un simple partido de un evento que es mucho más mediático que realmente deportivo. A esto replicaré que para mí el fútbol mundial, en sus encuentros cumbres, representa una exhibición espiritual de las diferentes naciones participantes, una oportunidad única de contemplar a lo vivo los rasgos constantes de la psique que han definido por siglos la grandeza, o bien el destino anodino de estos pueblos; en cada pase solidario, en cada acarreo – no pocas veces heroico- a la meta contraria, en cada jugada que bien puede ser una obra maestra de belleza estratégica o una danza etérea (pienso en el gran Zizou), en todo esto se revela más acerca del carácter étnico que en el mejor tratado o ensayo social.
Por eso mi choque brutal cuando un país que siempre he reputado por debajo de los logros y grandeza germanos, se alza de pronto con un triunfo que le catapulta a la etapa final de la gloria. Antes de eso, podíamos ver a la imbatible máquina teutona en su clásica Blitzkrieg, aniquilando rival tras rival sin respetar sus jerarquías… y se esperaba que así sucediera también con España, contrincante que pocas veces han mirado en serio las grandes potencias del Viejo Continente, Estado que se alejó por centurias de la corriente principal de la historia que llevaba a éstas a los mayores logros humanos y culturales. Pero esta vez la historia misma decidió jugarnos una mala pasada y nos tocó contemplar a los de la "Furia Roja" propinarle al sempiterno finalista una derrota que no olvidará en mucho tiempo.
Por fortuna el deporte del esférico  no es el único campo que debemos examinar para dar un veredicto acerca del verdadero  lugar ocupado por cada una de estas naciones. Procedamos entonces a hacer una revisión comparativa de ambas.
Que España vivió un auténtico siglo de oro en su historia está más allá de toda disputa: un territorio colonial inmenso envidiado por todos los  grandes poderes, un florecimiento único de las artes, principalmente las letras y la pintura, hacía pensar que este pueblo estaba destinado a restaurar la grandeza del imperio latino. Pero no menos cierto es que la época no estuvo exenta de cierta melancolía, como si los mismos iberos presintiesen que su gloria sería más bien efímera, un sueño como el de Calderón. Cabe recordar que una manifestación cultural como el barroco español, con su recargada ornamentación y su aceptación de todos los dogmas antiguos y sujeto a la censura inquisitorial,  fue como el equivalente artístico de la Contrarreforma peninsular, algo así como el darle la espalda al periodo de crítica y revisión de los valores que, surgido en Italia con el Renacimiento, había pasado al resto de Europa con resultados esplendorosos y de superación definitiva del Oscurantismo. Ciertamente genios como Galileo o Descartes brillaron por su ausencia en España. Pese a que se ha llegado a mencionar que sí hubo renacimiento en esas tierras, lo cierto es que casi nada de lo que sabemos de esa época nos hace suponer tal cosa, y esta fue la impresión en común de tantos europeos ilustrados que señalaron “el atraso y la barbarie hispánica” en tiempos del resurgimiento del resto de los pueblos civilizados del continente.
Alemania, por su parte, se vio por siglos imposibilitada de formar un Estado realmente unitario. Sabido es que los que pomposamente se llamaba El Sacro Imperio Romano Germánico no era sino un conjunto de minúsculos feudos gobernados por pequeños nobles déspotas que solían hacerse la guerra entre ellos. Hay que esperar hasta la aparición de Bismarck para poder hablar por primera vez de una “nación alemana”. Pero con todo y estas nefastas divisiones, en las tierras de Germania nacen y  crecen genios decisivos en el devenir de la Humanidad: Kepler, Leibnitz,Kant, Hegel, Bach, Gauss, y un inabarcable etc. Casi huelga decir que estas figuras no cuentan con una equivalente de similar estatura en España.
A la inteligencia teutona se le adjudican justamente inventos,  descubrimientos y creaciones mentales capitales como el reloj mecánico, la imprenta, la Ley del Movimiento Planetario, la máquina neumática, el termómetro de mercurio, la litografía, los planeadores, el automóvil de gasolina, la motocicleta, el Cálculo Diferencial e Integral, el valor de Pi, las ondas de radio, el motor Diesel,  los Rayos X, la que nos quita las jaquecas, el dirigible, la Teoría de la Relatividad,  el microscopio electrónico, los cohetes espaciales…, mientras que a los españoles sólo podemos atribuirles a lo sumo un puñado de cosas útiles o sabrosas, como el trapeador o la paleta Chupa Chup.
En deportes, que fue nuestro punto de partida, también resulta casi ocioso repetir que los alemanes históricamente han sido supremos. Sus participaciones en eventos internacionales de esta clase: Juegos Olímpicos de verano e invierno, campeonatos globales de fútbol, de natación  y atletismo…, los han confirmado siempre como potencia cimera indiscutible…cosa que no podemos afirmar sino de vez en vez de España.
Johann Wolfgang von Goethe y  Miguel de Cervantes y Saavedra, ¿quiénes mejor que ellos y sus creaciones superiores para ilustrar de una buena vez las diferencias abismales que median entre sus respectivos países?  Doktor Faust frente al inseparable binomio Alonso Quijano- Sancho. El primero – como su creador- un hombre iluminado  que ha agotado el acervo de la ciencia humana, de curiosidad patológicamente insaciable que busca apaciguarse con la revelación de los arcanos de las ciencias ocultas; es el alemán de siempre que no teme pactar con los poderes oscuros si ello representa un paso más hacia el conocimiento vedado a los hombres comunes; protestante y nórdico que recorre todas las sendas y lo emprende todo con valor aun a sabiendas de que el resultado final puede ser la muerte o la condenación. En El Quijote, triste y risible figura de un mundo retrógrado, se dan las dos antípodas del carácter español eterno. Por un lado el flaco y barbado anciano,  ferviente católico de un idealismo patético, soñador y estéril, que confunde ingenios humanos y figuras con gigantes y  hechos heroicos; por el otro  el achaparrado y anodino Sancho, hombre de cortos alcances que sólo se salva merced a sus dichos y simplezas, que le hacen uno de los bufones más divertidos de las letras universales.
El fallo se ha dado. Que cada uno extraiga sus propias conclusiones.