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domingo, 20 de febrero de 2011

El autor de la semana: Flaubert


Hace un tiempo ya  que los noruegos, a través del Instituto del Nobel de Oslo, invitaron a un buen número de celebridades literarias (algunas con importantes galardones, incluido el mismo de la Academia sueca) a emitir su juicio acerca de los que consideraban los mejores libros de la produccíón escrita mundial. De ello surgió un curioso ranking en el que los dos primeros puestos se concedieron respectivamente a Cervantes y  Flaubert, con sendas obras maestras: El Quijote y Madame Bovary. Esta  elección no dejó de sorprenderme; pero confirma lo que siempre he pensado, que el autor francés es con toda justicia uno de los grandes de las letras. Vamos a dedicarle hoy este espacio.

Gustave Flaubert era un espléndido y vigoroso especimen (aunque irónicamente de precaria salud)  de la raza  del norte de Francia. Nació en Ruán, pueblo de Normandía. Su padre era médico cirujano y su madre provenía de una antigua familia del lugar. De joven fue enviado a París a iniciar sus estudios de Derecho; pero su vocación literaria manifestada tempranamente y sus frecuentes ataques nerviosos, le hicieron abandonarlos pronto. Regresa a Croisset, cerca de la villa natal,  a encontrar reposo y salud al lado de su madre en una agradable casita de campo. Ahí se acentúa su carácter solitario y su tendencia a la misantropía. Vive en un ambiente relativamente acomodado y sereno que sólo  se interrumpirá con la Guerra Franco-Prusiana. Pese a todo encuentra la calma necesaria para dar a la luz toda una serie de obras maestras que en cuanto a estilo pulcro y cuidado están muy por encima que las de cualquier otro autor; Flaubert podía detener por semanas su labor literaria si no era capaz de dar con el adjetivo o la palabra exacta, le mot juste.

Pese a su carácter algo tímido y retraído, sostiene romances apasionados con Élisa Schlésinger y con la poetisa Louise Colet.

Una etapa importante en su formación literaria la marca su viaje a varias tierras exóticas del Oriente y el Mediterráneo, de ahí tomará elementos que luego plasmaría magistralmente en obras como Salambó, ambientada en la antigua Cartago. A su regreso a Francia comienza la redacción de la obra principal donde reposa su fama inmortal, la ya mencionada Madame Bovary. Es ésta una historia sin concesiones acerca de una mujer que en medio de una vida burguesa y anodina busca la evasión a la frustración que le causa su entorno antipoético, por medio de un adulterio en el que se precipita pensando encontrar el principio redentor que su fantasía ha forjado. Cuando la realidad le demuestra su error, decide quitarse la vida. A tal grado ha sido memorable esta personalidad femenina, que la psicología ha acuñado ya el complejo Bovary para referirse a las personas que idealizan en demasía a sus parejas. Se cuenta que cuando una vez se preguntó al autor en quién se había basado para crear este caracter fundamental de las letras, él se limitó a responder, Madame Bovary, c´est moi (yo soy madame Bovary). Y ya sea cierta o no la anécdota, nos queda claro que Flaubert puso mucho de sí en esta historia clásica. La obra escandalizó naturalmente a los biempensantes, y originó el llamado affaire Bovary (proceso Bovary), en el cual se atacó legalmente al autor por el tenor inmoral y pernicioso de su escrito, asunto que no sin grandes dificultades se resolvió favorablemente para él.
Poco podríamos añadir a este esbozo biográfico, el escritor se volcó a una existencia apacible, consagrado con toda su energía a la literatura; de cuando en cuando visitaba a unas amistades literarias ilustres parisinas, como Zola, Rostand y Maupassant (este último le reconoería como su maestr indiscutible). Murió relativamente joven y minado antes de cumplir los sesenta, en su refugio de Croisset.

Otras obras grandes de este autor que no podemos pasar en silencio son  La educación sentimental, Tres cuentos, La tentación de San Antonio y la genial Bouvard y Pecuchet. Esta última es para nosotros una de las joyas del pensamiento flaubertiano, y bien merece comentario aparte.

El desprecio que el autor sentía hacia sus contemporáneos estaba más que justificado por la imbecilidad y convencionalismo de éstos, lo que les impedía ver más allá de sus narices y explorar otras posibilidades de la vida y la cultura. La historia de Bouvard y su inseparable amigo Pecuchet es una suerte de enciclopedia de la estulticia humana,cuyo argumento resumimos así. Dos copistas o empleados mediocres de Paris se encuentran por azar durante un paseo vespertino. Al entablar conocimiento se dan cuenta que tienen más afinidades de las que suponían, y con ello se establece entre ellos de inmediato el vínculo de la amistad. Más tarde, por otra rara casualidad, Bouvard recibe una herencia considerable de un tío fallecido (su padre en realidad). Con este patrimonio y con los ahorros de Pécuchet, deciden dejar sus trabajos y retirarse al campo, a una granja que adquieren. Ahí conciben uno de los proyectos más descabellados que haya cabido en la mente humana: se consagrarán en adelante al saber, al repaso de todos las doctinas y conocimientos del hombre. Los amigos se vuelcan sucesivamente a: la jardinería, luego a la agricultura, a la química, a la medicina, a la astronomía, a la arqueología, a la historia, la la literatura, a la política, a la higiene, el magnetismo, ¡a la brujería! , a los principios y divagaciones filosóficas y las religiones y demás supercherías; incluso intentan la educacion de unos huerfanitos..., pero en todo fracasan lamentablemente. Desengañados por la vacuidad y contradicción manifiesta de todos los principios, vuelven finalmente a su antigua ocupación de amanuenses.

Recomiendo ampliamente esta obra, que yo sitúo como el testamento espiritual de este autor, que ante todo parece haber sido un moralista que intentó fustigar la futilidad de nuestra especie. Dejamos un pequeño fragmento. Espero que disfruten con su lectura, y esto les anime a buscar el tomo completo.

" Recurrió a los escritores místicos: santa Teresa, san Juan de la Cruz, Luis de Granada, Scupoli y otros más modernos, como Monseñor Chaillot. En lugar de las sublimidades esperadas halló cosas vulgares, un estilo muy flojo, imágenes frías y muchas comparaciones tomadas de las tiendas de los lapidarios. No obstante, aprendió que hay una purgación activa y una purgación pasiva, una visión interna y una visión externa, cuatro clases de oraciones, nueve excelencias en el amor, seis grados en la humildad, y que la herida del alma no difiere mucho del vuelo espiritual. "

1 comentario:

Sally dijo...

te dejo este poema de Hamlet Lima Quintana se que lo disfrutaras:

A MEDIA PIERNA:
Le pusieron un grillo a media pierna
Lo condenaron a vivir a medias
Le escondieron la paz, y la sonrisa
Le pusieron el pan a media rienda
Pero él seguía caminando.

Le vendieron la luna, cada noche
Lo fueron lentamente atornillando
Le tuvieron las manos ocupadas
Le sumaron la pena y las estafas
Pero él seguía caminando.

Le pusieron las piedras por delante
Le taparon la boca, por si acaso
Le abrieron una herida por la espalda
Le sumaron olvido a la condena
Pero él seguía caminando.

De lejos, bien mirado
cuando ya era horizonte,
se asemejaba al viento,
aunque según parece
él caminaba potente
como el Pueblo!