Seguidores

lunes, 27 de diciembre de 2010

La Amada Inmoral


"Sí, esa bonita muchacha un buen día saltó intempestivamente a mi regazo. En un principio acogí este inexplicable arranque con una sonrisa paternal, pensando en la pequeña que le hace la corte al padre para obtener de él lo que la madre le ha negado (Ud. conoce a las mujeres). Pero... cuando mi pequeño monte Parnaso comenzó a elevarse sin control a impulso del calor telúrico del muslo de la chica... entonces sí que supe con certeza que este afecto tomaría otro rumbo... decididamente."
El abuelete Goethe charlando con su famulus a propósito de ciertas calaveradas seniles.
"Lo rechacé porque sus dotes masculinas estaban en proporción inversa a sus enormes talentos de estratega."
La femme fatale hablando del Corso
"Cuando ella anotó en mi cuaderno "Luigi, fa uno sostenuto nel
pianoforte con me", creí que se refería a ejecutar en el instrumento una de esas pequeñas bagatelas a las que era tan afecta, pero cuando ella me explicó en modo gráfico lo que en verdad deseaba de mí... yo enrojecí hasta la punta de los cojones (tachado)... cabellos."
unas garrapatas en los cuadernos del Sordo
Continuando con nuestra galería de diablesses, que ya tuvo en Alma Mahler un bonito filón de maledicencia y escándalo, toca el turno ahora a una no menor calamidad, una de las pocas que es digna de rivalizar con la consorte de Gustav. Nos referimos desde luego a Fräulein Elisabeth Catharina Ludovica Magdalena Brentano, mejor conocida como Bettina Brentano. Un auténtico agujero negro que supo atraer a su poderoso campo gravitatorio a practicamente todos los mayores astros de la cultura germana de entonces.
Sus amigos de la juventud la llamaban "El Mignon", o simplemente el "marimacho de Frankfurt", debido a sus tempranas y entusiastas inclinaciones sáficas y sus modos de obrar y vestir claramente masculinos. Aunque con el tiempo se enderezarían las cosas y comenzaría a fijarse en las braguetas... pero no en las pequeñas tallas, por supuesto, porque la dama en cuestión compartía con su congénere Alma una singular pasión femenina: la megalomanía. Ésta entendida en su prístina acepción de "delirio de grandeza", de cuál eso es algo que en seguida nos proponemos esclarecer.
De los brazos de Goethe a los del gran Sordete
Bettina era una mujer muy de su época, adepto de esa corriente de pensar, obrar y sentir que el sabio Goethe llegó a calificar de "enfermiza". En sus años mozos llegó a leer a toda una caterva de inútiles greñudos, pálidos y esmirriados que hablaban de lo hermoso que era el bosque alemán a la luz de un claro de luna, y de como el Genio era la cualidad humana más grande, inexplicable y digna de culto. La Brentano, mujer impresionable como casi todas, se llenó la sesera con todos estos insanos preceptos y se decidió a ponerlos en práctica. Con su arsenal bien preparado, se dispuso a asaltar la fortaleza del mayor genio del momento, Goethe.
Comenzó muy astutamente entrando en pláticas y ganándose la confianza de la madre del Olímpico. Así pudo introducirse en su casa y conocer su modus vivendi. Cierto día se le hizo encontradiza en un paseo al gran poeta. El Sereno se sintió atraído por el descaro y vivacidad de la mirada de esta damita de sangre latina, y le hizo un par de preguntas bienintencionadas. "¿Qué le interesa a Ud., bella dama?" A lo que ella respondió sin recato "nada me interesa, salvo Ud."
El anciano sintió un delicioso cosquilleo no sabemos dónde y convidó entonces a la joven a su casa. Cuando ella salió de ahí con el tocado revuelto y las mejillas encendidas, sabía ya positivamente a qué clase de grandeza aspiraría en lo futuro. Se aprestó entonces para caer sobre su siguiente víctima, nadie menos que el gran sordo Beethoven.
Un día que éste se devanaba el caletre en el pianoforte con un tema que después se haría enormemente famoso,sintió de pronto el contacto suave de unos dedos sobre sus hombros. Se giró de inmediato y ya estaba dispuesto a soltar su acostumbrada sarta de juramentos, cuando vio ante sí a una deliciosa muchacha fresca de encantadores bucles y lindo seno, quien le hace volverse dulcemente al teclado y le exhorta melodiosamente al oído a continuar con su tarea, lo que Ludwig hace entre gruñidos.
Desde entonces hicieron juntos la más bella de las músicas, en los más diversos géneros, estilos y compases; en el patio, en la campiña, en la recámara, en la cocina;debajo, encima y a un lado del pianoforte manchado con las tintas de las partituras.
El Sordo componía entonces como los dioses, mientras que la Brentano - a falta de mayores talentos- se dedicaba a glosar, tergivesando en escritos más o menos kitsch lo que el músico sugería a propósito de sus propias obras. Aquí es el lugar para decir que frases colgadas al compositor, de la suerte de "la música es una revelación más grande que toda filosofía", bien pudieron ser el fruto de la exaltada imaginacion de su maîtresse.
No es aventurado decir que esta mujer singular sea acaso la misteriosa y desconocida Unsterbliche Geliebte (Amada Inmortal).
Para concluir este apartado, digamos de paso que esta seductora, que tuvo a sus pies a eminencias de la estatura de Brahms, Schumanna, Marx, Liszt y aun a los cuenteros hermanos Grimm, acabó del modo más lamentable casada con un poetastro gris y - a la inversa del Märchen- rodeada de mocosos y faenas domésticas interminables. Confirmó así en su persona la triste ley para las mujeres, que los resultados maritales suelen estar en proporción inversa a las aspiraciones de soltera.

No hay comentarios: